Di VICTOR MANUEL MONCAYO

En la últimas semanas hemos asistido a significativas expresiones de movilización de amplios colectivos humanos en distintos lugares de nuestro continente, con rasgos ciertamente diferentes que si bien impiden formular generalizaciones simplistas, nos permiten acercarnos a una realidad común que experimentan las sociedades en la cuales vivimos en estos tiempos iniciales del siglo.

Dejando de lado la situación boliviana, que representa una involución que pretende asestar un golpe definitivo a la tentativa de resistencia positiva a la forma estatal neoliberal que ha asumido el capitalismo en la fase contemporánea, que ha desembocado en procesos de resistencia que aún se escenifican sin que pueda aún identificarse una situación definitiva de derrota; los casos de Ecuador y Chile, por el contrario, son bien ilustrativos de vigorosas manifestaciones contra ese orden que han tenido como consecuencia la interrupción de medidas del mismo linaje neoliberal y la apertura de renovadas confrontaciones aún en desarrollo, que igualmente están en curso sin definiciones políticas, así sean transitorias.

Rasgos distintivos del Paro del 21N

En ese contexto, la coyuntura colombiana surgida del Paro Nacional del 21 de noviembre, tiene rasgos muy distintos, aunque siempre en el mismo contexto de la fase actual del capitalismo. No se trata de un movimiento reflejo o imitativo, ni algo que forme parte de una oleada reactiva como la que se vivió hace algunos años y que fue bautizada como la primavera árabe. Tampoco representa una acción más de los movimientos sociales con un alcance meramente reivindicativo, con la diferencia de que en este caso estaríamos frente a una sumatoria de reclamaciones heterogéneas.

Como es bien sabido, el Paro surge de una convocatoria formulada por agrupaciones diversas que enlazó las tradicionales organizaciones sindicales que reúnen buena parte de los sectores asalariados; los movimientos universitarios de profesores y estudiantes, que de manera sectorial han tenido presencia y resultados positivos en los últimos años; la federación que integra la mayoría de los empleados públicos del sector docente destacada por su perseverancia reivindicativa; las nuevas formas de aglutinamiento de la población explotada y excluida del mundo rural, cuya vitalidad ha sido destacada en numerosas oportunidades; los colectivos vinculados a la defensa de los recursos naturales y a la protección del medio ambiente, cuya presencia es indudable frente a las nuevas políticas extractivas; y, en general, agrupaciones sociales y políticas de signo alternativo que ha  venido fortaleciéndose en los años recientes.

Pero, es indudable que los hechos provocados por el Paro están más allá de los actores convocantes y de sus importantes y significativos colectivos que ellos representan. Las movilizaciones tienen un signo nuevo no impuesto ni determinado por quienes llamaron al paro, que para los analistas habituales de los medios académicos y periodísticos pareciera no tener una clara explicación. Es el reencuentro, ciertamente sorpresivo para muchos, de quienes viven día a día la monstruosa realidad del capitalismo contemporáneo  y que sufren sus ominosos efectos de exclusión, desigualdad e inequidad. Son todos aquellos quienes, más allá de la insurgencia que pactó la paz o que aún insiste en ella, son sujetos de todas las múltiples violencias generadas por el orden capitalista, ya sea en el orden laboral que condena a la mayoría al desempleo, a la informalidad o a prácticas diversas, legales o ilegales, para la generación de ingresos; que soporta un supuesto sistema de atención en salud de pésima calidad y de una cobertura irreal; que carece de toda protección en la edad adulta; y que está sometido a una escolarización que nada tiene que ver con sus condiciones de existencia; ya sea por la violencia ecológica que por la degradación medioambiental y la agravación de las condiciones del cambio climático, afecta en campos y ciudades a toda la población y, en especial, a los más vulnerables; ya sea por la violencia sexual que no solo discrimina y excluye por razones de género sino que elimina físicamente a cientos de mujeres; ya sea la violencia étnica que oprime y elimina a las comunidades originarias o afro-descendientes; ya sea la violencia estatal que amparada en el monopolio de la violencia legítima, desconoce la vida mediante múltiples formas o hacina a vastos colectivos que el propio sistema ha excluido y ha conducido a prácticas no conformes con la ley; ya sea la violencia de las numerosas formas de sometimiento derivadas del endeudamiento impuestas como condición para acceder a determinados bienes y servicios. Ese es el encuentro heterogéneo que permite apreciar en cada sujeto una o varias preocupaciones y reivindicaciones diversas, lo cual no representa ninguna anomalía sociológica, sino la lacerante realidad de los efectos del capitalismo en sus múltiples dimensiones.

La protesta devela la realidad capitalista

Esa aglomeración de singularidades distintas, cada una con su propio reclamo, nos permite conocer desde abajo, desde su realidad cotidiana, cual es la verdad del capitalismo que explota y oprime. Esa resistencia, esa protesta, nos devela la causalidad real de todas las situaciones de exclusión, injusticia e inequidad. Obviamente, por la circunstancia de cada persona, por su formación diferencial, por sus distintas condiciones afectivas y emocionales, no podemos buscar ni podemos encontrar en ella un lenguaje común, ni una expresión articulada, pero sí esa realidad que los voceros del sistema quieren ocultar. Por ello es que, desde el medio académico y en los medios de comunicación, se busca estigmatizar la protesta no sólo por la espontaneidad sino por su carácter difuso, haciendo eco a los voceros del Estado que, por esas mismas razones, quieren presentarla como caótica para infundir miedo y sustentar la represión.

Lo que está expresando la protesta, por lo tanto, es la realidad actual del capitalismo en sus múltiples manifestaciones, así sus términos carezcan de la supuesta claridad que le reclaman los que se asumen como analistas intelectuales. Es el rechazo a todo lo que significa la forma contemporánea del capitalismo, y se trata de un rechazo muy concreto, así no tenga la formalidad académica que le reclaman como impropiedad. Por eso mismo, la protesta no está dirigida sólo a un gobierno circunstancial, o a gobiernos precedentes, sino al sistema mismo de organización capitalista. Como lo reconocen, en su afán de exculpación, muchos voceros del gobierno, del Congreso, de los partidos o de la opinión, se trata de una condición estructural que, sin embargo, no tienen la audacia de confesar que corresponde, nada más ni nada menos, que al orden social capitalista, que todos defienden acudiendo al eufemismo de la “institucionalidad” o del “orden democrático”.

El reencuentro provocado por el Paro, ha recuperado la alegría de vivir de las comunidades, que se han alzado no con la fuerza de las armas para oponerlas a las “legítimas”, sean letales o menos letales, pero que eliminan vidas, sino con el vigor de la alegría, la danza , la música, la comunión de alimentarse y de apoyarse recíprocamente, que así sea efímeramente han recuperado como bienes comunes las calles y plazas, y que ha ordenado, por fuera de las reglas estatales, las formas de transitar y permanecer en espacios que no son públicos ni privados, sino de todos, del común.

La perplejidad del orden capitalista

Ante esta situación, que se prolonga más allá de los convocantes del Paro que se han visto obligados a aceptar su continuidad, cual es la respuesta sistémica del orden capitalista vigente? Por el momento ninguna. Sus voceros si bien no pueden negar la significación del Paro, piensan ilusamente que puede ser solucionado acudiendo a los mecanismos de diálogo, disuasión, cooptación y represión que siempre han sido utilizados. La misma perplejidad que muestra  el Estado, se evidencia en quienes siempre analizan los problemas para sugerir alternativas o desorientar a la opinión. Saben la realidad que  ha sido develada, pero no tienen el valor de enfrentarla, pues saben muy bien que no solo pertenecen a ella sino que adhieren a ella y la defienden. Pero sí muestran su preocupación ante  el alcance crítico del Paro y la ausencia de respuestas que permitan superarlo.

Advierten sí, con el ánimo de afectar las decisiones del movimiento y su coherencia, que la continuidad del movimiento tendría efectos perversos para los que lo adelantan, pues la parálisis afecta la producción y la circulación y, por ende, las condiciones mismas de existencia de todos, estén o no participando en el Paro. Buscan así legitimar las técnicas disuasivas y represivas, olvidando que toda confrontación sistémica es precisamente para detener los procesos derivados de la vigencia del orden capitalista. Es claro que su alteración modifica las condiciones de todos quienes están sometidos a él, pero por encima de ello lo que es fundamental es la confrontación del orden para hallar alternativas que conduzcan a su superación. El Paro quieren mostrarlo como el ejercicio de un derecho que afecta los derechos de otros (al trabajo, a la movilización. a la libre empresa, a la propiedad privada), cuando la realidad es que el acontecimiento de parálisis más que un derecho es una respuesta política que controvierte el orden que, como tal, desquicia su funcionamiento, inclusive el de muchas personas.

Una perspectiva más allá del reformismo

Pero, lo que más desestabiliza a quienes deben enfrentar el Paro, es que entre sus rasgos no está la perspectiva reformista de siempre. Su actitud en términos reivindicativos es rotundamente negativa, de tal manera que no sugiere soluciones simplemente normativas o de corte concesional. En este sentido, es que el movimiento no acude a fórmulas congresionales, ni a solicitar el apoyo de los partidos y movimientos políticos, ni mucho menos admite que la cuestión deba discutirse en otras esferas de los órganos del Estado, de los gremios de la producción o, en general, de quienes no han estado comprometidos con el Paro.

Tratándose de una confrontación sistémica, la solución que busca el Gobierno en nombre del Estado no reside en que se pueda llegar a un consenso de voluntades diversas, pues el orden vigente controvertido ante todo es una dimensión histórica y no un pacto o un arreglo entre los ciudadanos, como lo enseña equivocadamente la ideología democrático-representativa.  Como tal no se corrige ni se enmienda en virtud de ajustes en la normatividad, así sea la superior contenida en la Constitución Política,  ni con acuerdos políticos que abran paso a mejores condiciones de gobernabilidad.

En tal sentido, se advierte en los acontecimientos derivados del Paro, un cierto aliento de un potencial constituyente, es decir de poder alcanzar un nuevo orden histórico que supere el capitalismo y que no conduzca a la renovación de las formas de dominación, cuyas condiciones reales aún no existen. Un principio de realidad en esa dirección quizás puede tener como punto de partida que la estrategia anticapitalista ya planteada por el movimiento, anide en formas organizativas con cierta permanencia, cuya viabilidad ciertamente no podemos vislumbrar, aun ese sea nuestro deseo, y que no concluya en nuevas formas sometidas a las procesos de cooptación o en la absorción por parte de quienes ya operan en el interior de los aparatos del Estado, bajo cualquier denominación, y comulgan sin reparos con la tesis de las bondades del sistema democrático-representativo y del siempre alabado Estado de Derecho.

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