Por CAROLINA BRUNA CASTRO

Para quienes fuimos espectadoras de la vuelta a la democracia en Chile, la frase “en la medida de lo posible” es la mayoría de las veces muy ingrata. Quizá refleja algo de la cultura política chilena, apego a lo jurídico, a la norma, a no transgredir el límite de lo transable. Para contextualizar, “justicia en la medida de lo posible” fue la frase que usó Patricio Aylwin, primer presidente electo democráticamente después de la dictadura de Pinochet, para buscar justicia respecto de las personas que habían sido victimas de tortura, desaparición y asesinato durante la dictadura. Fue un proceso que se dio más rápido que en otros lugares, como, por ejemplo, más rápido que España, no obstante que se comenzó a buscar justicia y saber lo que había ocurrido, está acción fue “en la medida de lo posible”, es decir, para algunas personas considerando lo negociable o bien se le ha explicado como un gesto de sentido de realidad.

Ahora que estamos en el preámbulo de un proceso constituyente las personas chilenas seguimos viviendo la política “en la medida de lo posible”. De hecho, la pandemia se ha vivido bajo la sombra de este margen que limita la acción al punto que, las medidas más transgresoras con el tipo de sociedad y gobierno que tenemos han sido en el tenor de la tibieza de esa frase. Así han sido las propuestas de ayudas del Estado para enfrentar la pandemia, han sido restringidas y “clasistas” por ejemplo, ayudas en alimentación para un porcentaje del porcentaje de más bajos ingresos, bono covid por familia según ingresos familiares y propuesta de créditos blandos para una muy castigada clase media. Lo anterior va acompañado con una defensa a los empleadores sobre los empleados que dejaba en situaciones aún más precarias a las y los trabajadores. Por este lado del planeta no avizorábamos la crisis con el covid-19 sino que, ya estábamos dentro de una, al punto que parecía que muchas personas producto de la falta de recursos cavaban su propia tumba. En un país donde la crisis social se arrastra de hace bastante tiempo, en el cual el capitalismo prima sin ningún horizonte que lo limite, la olla a presión, en la que se cocinaban los ingredientes que acompañan a nivel global la pandemia, había explotado hace casi un año, siguiendo esto, es una curiosidad muy característica de la idiosincrasia nacional que nuestra manera transgresora de exigir la ayuda en pandemia sea pedir lo que legítimamente es propio.

El gobierno de Piñera es uno de tipo neoliberal que cuida la economía por sobre a las personas, podríamos decir incluso que no cuida la economía en cuanto Estado, sino que, por, sobre todo, las inversiones de privados. Así las cosas, se hacía indignante no disponer de los ahorros individuales de cada quien. En medio de tensiones sociales se logró lo que para algunos fue un gesto de populismo por parte de la derecha, ya que sus representantes en general apoyaron una solución que venía de la izquierda, contra la posición del gobierno de Piñera, este gesto resultó en que tanto el congreso como el senado aprobaron el retiro del 10% del ahorro previsional de las personas de Chile. El clima de la calle por esos días era intenso entre el sonido ya habitual desde octubre de 2019 de las cacerolas y la tensión que se sentía en el ambiente se debatía sobre este asunto. En el preámbulo del resultado, se cuestionaba la posible aprobación por economistas tanto de izquierda, como de derecha, quienes por distintas razones concluían que no era una buena idea. Pero la devolución surge como demanda del pueblo porque la clase media no resiste endeudarse más, ya que el gobierno proponía créditos blandos que en el mediano y corto plazo eran impagables para las personas beneficiarias de él y que a la larga solo ensancharían más la brecha social entre las clases chilenas. Se entiende que las críticas de la izquierda a esta demanda popular vienen porque es una solución sintomática del más descarnado liberalismo, en el cual a la base está el individualismo, como lema que alude al estado de naturaleza de autoprotección, una medida que es equivalente al sálvense quien pueda. Considerando esto, entre las personas “beneficiadas” quedan excluidas o muy poco “beneficiadas” aquellas que no ahorran su 10% (posible hasta hace pocos años) y tampoco contamos aquellas que trabajan en negro. Aún así es una solución digna para la gente porque no implica aún más deudas. Diciéndolo con todas sus letras el asunto más que ser una buena solución era y es una solución realista, una solución que puede ser descrita con esa frase que parece simbolizar nuestra democracia, el retiro del 10% se puede considerar una buena medida porque era una “ayuda” en la medida de lo posible. No es que fuera lo ideal, es nuevamente justicia en la medida de lo posible, es que era lo posible para poder sobrevivir, a lo que se le suma que es un gesto simbólico del dolor común respecto de un sistema privado de pensiones que no promete tranquilidad para la vejez, sino que, todo lo contrario, pobreza asegurada.

Así las cosas, con devoluciones de dineros que son patrimonio individual, saliendo de las cuarentenas con la vuelta a una pseudo normalidad entre protestas por la desigualdad existente, por el mal trato al pueblo mapuche y reclamos legítimos de un mal pagado sector de paramédicos, nos mantenemos en pie en Chile en la medida de lo posible, avanzando hacia un proceso constituyente que esperamos de un paso más allá de lo vivido desde la vuelta a la democracia hasta hoy.

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