por VERÓNICA GAGO y MARIO SANTUCHO

 El antropólogo carioca Eduardo Viveiros de Castro estuvo recientemente –y por primera vez– en Buenos Aires. Participó del seminario “La bolsa o la vida. Modelos de desarrollo, nuevas conflictividades sociales y derechos humanos”, organizado por la Biblioteca Nacional y presentó el libro La mirada del jaguar. Una introducción al perspectivismo amerindio (Tinta Limón), que compila una serie de entrevistas donde cuenta su trayectoria como investigador. O mejor dicho, su experiencia fugitiva: cómo se conectó con los indios para huir de Brasil. “Fui a estudiar a los indios porque los indios justamente no eran brasileños. Me interesaba su total incompetencia ciudadana. La pregunta era ¿cómo salir de Brasil?, en el sentido de evitar esa problemática teórica de la nacionalidad, el destino de Brasil como nación, el carácter nacional”. La incorrección política que planteaba esa posición en los años 70 no deja de ser actual y sigue generando polémica. En esta conversación Viveiros de Castro cuenta cómo se vivieron las recientes movilizaciones callejeras y lo que se espera para este 2014 que luego del Mundial, afronta las elecciones presidenciales.

La consigna que circuló en estos meses era sintética pero directa “No habrá copa” ¿Qué concentra esa frase?

Para el pueblo la imagen es que el gobierno se vendió a la FIFA. La sensación es que la FIFA ha logrado que se instale un micro-estado de excepción que entrará en vigor incluso antes del campeonato. Hay una indignación patriótica por el modo en que Brasil se ha sometido a esa mega máquina de explotación capitalista que es la FIFA en tanto reduce el fútbol a un puro negocio. En Río, muchas favelas fueron removidas para hacer obras para el mundial, también por cuestiones de “seguridad”. Todo eso sucede al mismo tiempo de la propaganda de que Brasil es la nueva potencia económica mundial, con obras de infraestructura enormes, que incluye el desmonte de la Amazonía, hechas por las cinco constructoras más grandes del país que son las que contribuyen históricamente a financiar las campañas de todos los partidos, sean de derecha o de izquierda.

¿Cómo caracterizaría esas manifestaciones?

Son bastante inéditas. Hubo partidos de izquierda pero sin ningún control sobre la movilización. Los partidos de derecha no van. Y toda vez que un periodista de la red O Globo se acerca es expulsado, por eso estas manifestaciones son fuertemente atacadas por la prensa. Han producido su propia prensa, que se llama Midia Ninja. No hay además un solo tema. Aunque podría decirse que existen dos cuestiones fundamentales. El problema de la movilidad urbana de la población obrera de San Pablo que vive en las periferias de la ciudad y tiene que viajar horas, lo cual supone un reclamo por el tiempo que lleva ir de las casas al trabajo, una reivindicación del tiempo libre. La segunda es contra la reacción represiva de la policía frente a las marchas, ante lo cual muchos jóvenes se indignaron.

¿Esto está en el origen de la formación de los black bloc (grupos de protesta)?

La práctica del black bloc, especialmente en Río, tiene que ver con la respuesta al accionar de la policía militar con la que cuenta cada Estado provincial, que es como un ejército privado y una herencia del imperio. Es una policía que usa armas pesadas y entrenada para la guerra. El gobierno es acusado de complicidad con esta violencia de los Estados provinciales. Dilma ha dicho por tv que está en contra de toda manifestación que ponga en peligro el orden público. Estas palabras, viniendo de una mujer que estuvo en la guerrilla, que dijo haber sido revolucionaria, orientan el discurso del PT hacia una retórica de orden propia de una derecha más clásica.

Las movilizaciones en Brasil, a diferencia de las últimas en Europa o EE.UU., no se dan en un momento de crisis o ajuste. Más bien lo contrario: es claramente un momento de desarrollo en términos de inclusión masiva al consumo. ¿Cómo lo interpreta?

Hay algo muy complejo vinculado al llamado crecimiento. Una gran parte de este aumento de los ingresos por medio de beneficios sociales como el de “Bolsa Familia” ha sido utilizado como método de endeudamiento para los jóvenes pobres. El prototipo podríamos describirlo como un joven de 22 años, sin educación formal, que trabaja de cadete, cuya familia recibe ahora estos subsidios, además de las posibilidades de acceso al microcrédito que el gobierno implementó. ¿Y qué es lo primero que hace este joven? Compra una moto y se endeuda por muchísimos años de su vida con un préstamo muy oneroso con los bancos. Parte fundamental del crecimiento es por este endeudamiento general de las clases populares, especialmente con electrodomésticos. Y no está mal que alguien que no tenía heladera pase a tenerla, todo lo contrario. El problema es que no pasan a tener la heladera sino a ser tenidos por ella, es decir, por la deuda a la que quedan obligados, casi siempre por medio de tarjetas de crédito. En la medida en que ciertos gobiernos de la región se diferencian de las políticas neoliberales tal como se dieron durante los años 90 y promueven un aumento general del consumo, se genera un consenso sobre la legitimidad de estos modelos y cualquier crítica se la clasifica como proveniente de la derecha. En Brasil los que argumentan así son los que llamamos “gobernistas”, es decir, la gente de la antigua izquierda que apoya al gobierno más allá de la medida que se trate porque siempre dicen “otro gobierno sería mucho peor”. Comparado con la Argentina, en Brasil resulta más complicado porque la dictadura no terminó, los militares no han sido juzgados y siguen diciendo públicamente que salvaron al país del comunismo. Y esto, me parece, funciona en acuerdo con el PT: los militares “toleran” que el actual gobierno “de izquierda” gobierne y el gobierno “tolera” que los militares sigan diciendo lo que dicen y no se los juzgue.

Volviendo a la cuestión del consumo, ¿no cree que cierta crítica al consumo debería plantearse el desafío de deshacerse de toda carga moral?

Me parece que la democratización en América Latina no llega por el consumo sino por la ampliación de servicios del Estado: salud, transporte, educación. Lo que pasa en Brasil es que el consumo ha sustituido esa provisión de servicios para las clases populares. Entonces, las clases populares en vez de tener más y mejores servicios tienen su crédito para comprar bienes producidos por el gran capital, sea su motocicleta o su heladera. La cuestión es qué resulta más importante: ¿que el gobierno invierta en cloacas, puestos de salud y escuelas o que invierta en liberar de impuestos la compra de autos baratos para que los pobres puedan tener un auto? Se podría responder “las dos cosas” y es una buena cuestión. El hecho a subrayar es que el gobierno brasileño ha invertido masivamente en el consumo mediante el crédito. Y el pedido de mejoramiento de servicios públicos es justamente uno de los reclamos del Movimiento de Passe Livre que inició la ola de manifestaciones. La verdadera inclusión pasa por la inclusión en el acceso a servicios que el Estado tiene la obligación de proveer a todos. Además creo que hay dos tipos diferentes de consumo que hay que distinguir.

¿Cuáles?

Por un lado, el consumo de quienes no tenían nada y ahora pueden comprar su tv o su heladera. Nadie puede oponerse. De todas maneras, eso no los convierte en clase media, como dice el gobierno. Pasan de ser pobres a un poco menos pobres. Y después está el consumo inmenso de una clase media-media que pasa a ser una clase media-alta y protagoniza un ascenso de clase verdaderamente consumista: es la gente que va a Miami o a Buenos Aires para llenar valijas con productos importados de marcas de lujo. Esta gente se multiplicó tanto o más que los pobres que acceden a un crédito.

 

 

 

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