EURONOMADE.

“Toda relación de hegemonía (es decir, de persuasión) es necesariamente una relación pedagógica”, dijo Gramsci refiriéndose tanto a las personas como a las instituciones. Traducido a la actual situación europea, ¿podemos sostener que hay confianza en las reglas y, sobre todo, en quienes las transmiten? Evidentemente, ¡no!

Entre la ética y el neoliberalismo hay una brecha insalvable, por supuesto, pero, al margen de las cuestiones éticas, de las distinciones entre fines, de la búsqueda del bien y de lo que pueda ser mejor, el consenso que, en términos materialistas, “históricamente deriva del prestigio (y frecuentemente de la confianza) otorgado al grupo dominante por su posición” se basa en “la función de ese grupo en el mundo de la producción”. Por tanto, es difícil sostener que gozan de confianza las clases dirigentes y las clases políticas europeas, las clases de las finanzas y de la deuda: tanto es así que para hacer brecha en la resistencia de la Grecia de Syriza tinne que recurrir a los tópicos orientalistas de Occidente, como hizo el presidente del eurogrupo Jeroen Dijsselbloem al definir al ministro de Hacienda griego, Yanis Varoufakis como “diletante, holgazán y tahúr”.

Insultos similares han lanzado en los últimos ocho años de crisis contra Papandreu y Samaras, para imponer y recuperar créditos y deudas; para consolidar un sistema de “valorización” de Grecia, como rincón atrasado de una Europa de buena reputación y respetuosa; para llevar a cabo una extracción violenta de renta y ganancia en la periferia subdesarrollada; para aprovechar la movilidad de la fuerza de trabajo, en un esfuerzo continuo para reconstruir la relación entre explotación y capacidad de valorización, favoreciendo nuevas acumulaciones a costa de la cooperación y el trabajo vivo.

Como hemos señalado en otro lugar, ha sido precisamente por medio de la retórica del subdesarrollo, las proclamas sobre la austeridad y los discursos “orientalistas” como las políticas llevadas a cabo en el ámbito europeo han reconfigurado los procesos de acumulación, el mercado de trabajo, la movilidad de la explotación, la formación de bolsas de las que extraer medios de producción, mano de obra altamente calificada a bajo costo, y en las que practicar nuevas formas de acumulación primitiva de los bienes comunes. Frente a este escenario de constantes sustraciones y de resistencias y fugas de la mano de obra, de cooperación social ante la violencia de la gobernanza europea, pensamos que es adecuado no retomar el discurso sobre la hegemonía y el consenso en el ámbito de la producción y decir, en términos definitivos, que el mando violento pasa por la explotación y la desregulación del trabajo y de lo social. Sin duda, el rey está ahora desnudo.

El enfrentamiento entre Alemania, el Bundes­ bank y el BCE, por una parte, y la Grecia que no se se rinde, no es una ficción ni un parloteo acompañado de palmaditas, sonrisas y apretones de manos destinados a convencer al díscolo para que siga las directrices del estricto progenitor teutón. El go­ bierno de Syriza parece haber asumido la lucha constituyente, reanimando su propia economía con nuevos ciclos de solidaridad y redistribución de ingresos, y un nueva primavera que no es una resistencia que se tiene a sí misma como objetivo, sino un modelo de lucha que pasa también y ante todo por diferentes temporalidades. En Grecia la hegemonía y el consenso popular son datos de hecho, a pesar de los euroescépticos o de esa miríada de columnistas que van midiendo el nivel del vaso medio vacío esperando sentados al borde del río encontrarse con el cadáver. Tomarse tiempo en el neoliberalismo significa diferir la malla del crédito y las expectativas de las finanzas, de la banca y de las clases propietarias, la de aquellos que, a pesar de llevar las riendas, esperan ansiosos un nuevo flujo de capital. La espera es un arma para acumular fuerza política y confianza (o hegemonía) en un espacio europeo, no sólo a los pies del Partenón.

Una desterritorialización de la lucha de clases en Europa significa que Grecia está esperando y llamando a España, en una nueva configuración del internacionalismo. Ciertamente, en esta configuración inusual de la lucha de clases no parece que haya prácticas destituyentes, que quieran “salir” de Europa, sino más bien una conciencia cada vez mayor de que la guerra está hecha de posiciones a conservar, de tiempos a arrancar, de regiones a conquistar; por lo tanto, de “confianza” y “persuasión” sobre aquellas posiciones que ven a Europa como un espacio para obtener ingresos y derechos que estén a la altura de la producción común. En una “guerra de posición” es decisivo tomar parte y estar ubicado en una parte, ser fiel a ella. ¡Se debe tomar una posición! El voto en las elecciones municipales en España nos da la imagen de una Europa que se reconfigura a través de las luchas del trabajo vivo y la cooperación social. El voto español es el resultado de las luchas constituyentes: luchas representadas sobre el terreno de lo común, que plantean la urgente necesidad de abrir un nuevo camino constitucional en el espacio europeo.

Es erróneo pensar que el voto es un efecto del municipalismo o del independentismo, intentando contraponer una dimensión nacional de Podemos a las prácticas y organizaciones anti-crisis surgidas como gemación de 15M. El poder constituyente que contempla Podemos interpela en primer lugar al plano organizativo multíplice, es decir, a la subjetivización y a la institución como traducción siempre abierta y desterritorializadora de las prácticas del movimiento; en segundo lugar, al plano de la comunicación, del lenguaje y de lo simbólico, a saber, la producción de la hegemonía en tanto que relación de persuación y pedagógica con las personas y las instituciones; y, por último, al plano de la lucha de clases redefinida en términos de clases dominantes y clases subalternas (quienes crearon la crisis y quienes la están pagando), tal y como se planetaba en el lema de Occupy Wall Street: “Somos el 99%”. De hecho, se trata del posicionamiento entre quienes producen valor y quienes se apropian de él. La hegemonía y el consentimiento ya no sonríen a las clases dirigentes europeas: ¡el rey está aún más desnudo! La victoria en Barcelona y Madrid nos da dos datos más.

El primero es que la cooperación social es tan productiva como exitosa, allá donde asume contornos virales que no son tanto de esperanza como de inmanencia de la lucha encarnada en lemas con ambiciones de abandonar la esquina del derrotado. ¡Sí, se puede!: bloquear un desa­ hucio, no pagar una deuda injusta, reapropiarse de la riqueza social, recuperar la ciudad, ejercer la democracia radical. En resumen, se puede luchar y recuperar la vida, se puede producir discursos mayoritarios, con capacidad para tomar y difundir el poder. Se puede llevar a cabo la tarea extraordinaria de abrir la propiedad privada y la propiedad pública al acceso y el disfrute de todos, transformar, desarrollar y sostener la riqueza común a través de la participación democrática. Sí podemos construir la ciudad, la auto-organización social y la capacidad de crear coalición, sí podemos expresar una sana y robusta disposición mayoritaria y polular, sí podemos medirnos con la “tropa del poder” sin temores angustiosos a caer en la trampa o a que alguien nos coarte, sino con el deseo de inventar una nueva y buena política.

¡Sí, se puede!, es la potencia de lo común, el empoderamiento de la cooperación social y del trabajo vivo. El otro hallazgo es que todo esto pasa también y sobre todo por una elección de la posición y del momento. Tomarse tiempo permite conseguir espacio en la población, dando razón de los discursos del movimiento. Pero se trata de una posición en un sentido mayoritario, con la que definir pactos y puntos intermedios, como en españa lo es la coalición de gobierno con la socialdemocracia o en Grecia incluso con un partido de la derecha. En el espacio europeo, los tiempos y las posiciones, y también una buena dosis de azar, son dardos indispensables para una configuración inédita de la lucha de clases. Y en Italia, ¿qué queda? “El resto de la nada”, se podría responder. El resto de las revoluciones idealistas que en la provincia italiana no fructifican en nada, salvo en intentos e intentos con el agrio sabor del fracaso burgués y de salón. Pero no seamos tan lapidarios: los intentos, hasta la fecha, son el resultado de un deseo generalizado de experimentación, de poner en práctica procesos de verticalización a partir de las luchas y los movimientos sociales. Es verdad que es poca cosa, tanto la experimentación como los movimientos. Sin embargo, en otra ocasión hemos argumentado, y hoy lo hacemos con más convencimiento, que estos procesos no pueden seguir una genea­ logía como la griega o española, quedándose en imitación y cometiendo un aún más grave error de análisis histórico.

Así como tales intentos no puede ser la producción alquímica de los procesos de politización como farsa en dos etapas: primero el contenedor y luego la politización. Del mismo modo, valdría la pena renunciar a la modelización tipo “foro social”, esto es, la suma de partes de la llamada sociedad civil, como si juntando piezas de aquí y de allí pudiera reconstruir la foto de familia hasta el punto de influir sobre la confianza entre la población empobrececida y precaria. Además, debe disiparse el mito, tan italiano, del asociacionismo como expresión de una sociedad políticamente opuesta a los que produjeron la crisis: en el ámbito de la clase política, intelectual y dirigente, la mayoría del asociacionismo italiano ha jugado una función significativa en la gobernanza de la crisis, sin romper con los aparatos del poder fáctico, manteniendo estrechos conctactos con miras a su propio sustento. Pensamos que para construir coaliciones sólo se puede partir de la idea de las luchas constituyentes, del empoderamiento de las luchas, de la subjetividad en lucha contra la crisis, de los espacios de contrapoder, de las áreas de autonomía que toman posiciones autonómas respecto a las plataformas y los partidos que hasta ahora han contribuido al mantenimiento de las políticas de austeridad, de empobrecimiento y de desmantelamiento de los derechos.

Ciertamente, construir coaliciones significa atravesar concretamente los ámbitos de lucha que siguen produciéndose, y tratar de activar dispositivos prácticos, no retóricos, viables, de conexión pero también de politización, de capacidad para producir discurso político, un espacio no sólo “alternativo” sino en condiciones de intervenir en vivo sobre las relaciones de fuerza, de modificarlas. Respecto a la narración que sólo ve un campo político que ahora sería inmodificable e inmutable, y que también circula en espacios que se consideran “antagonistas”, las elecciones regionales ponen de manifiesto que sólo toma en cuenta una parte muy parcial de lo que ocurre. El campo de la representación política no presenta, hasta la fecha, ninguna propuesta mínimamente transformadora: es evidente y no merece la pena darle más vueltas. Pero eso no quita que ese campo está lleno de tensiones y elementos de inestabilidad muy fuertes, empezando por el hecho fundamental de que ha sufrido un rotundo revés la pretensión de aunar un consenso transversal y unánime en torno al Gobierno y de construir un monopartidismo más o menos perfecto centrado en el Partido de la Nación.

Es cierto que de este revés trata de tomar ventaja una derecha en clara fase de reorganización nacional, pero también es cierto que los elementos que están bloqueando la presunta vocación mayoritaria del renzismo pueden ser hallados precisamente en las luchas de los últimos meses. El Gobierno ha encontrado oposición en el trabajo, la escuela y los territorios, no desde luego en los conflictos, siempre fáciles de dominar, que sacuden la vida interna del Partido Democrático. Una abstención tan marcada y, según confirma el primer análisis de flujos, tan “político” y no sesgado hacia la derecha, nos habla, al menos en parte, de esas luchas y de esas resistencia con las que se ha topado el Partido de la Nación. Incluso los resultados obtenidos por el Movimiento 5 Estrellas en un contexto administrativo nos hablan de los trayectos territoriales y “cívicos” que aún animan a ese movimiento, más allá de sus obvias limitaciones y de su demostrada incapacidad para producir un cambio político real; y será interesante ver si esta vez el tema de la renta llega a ser asumido realmente, no como mera declaración sino como un punto clave de la estrategia política, aunque esto también debe ser objeto de una urgente iniciativa política militante.

Escuela, territorio, reforma laboral (“Job Act”): en esos ámbitos el Partido de la Nación no ha funcionado, pero precisamente en ellos es donde se han concentrado las luchas más interesantes. En estas luchas se mueven sujetos “innovadores” que se identifican como tales, pero que al mismo tiempo saben bien que la innovación social de la que son creadores y expresión solamente ha sido utilizada y explotada en el marco de la supuesta “innovación” renziana dirigista y tecnocrática. Son estas personas precarias, a las que Renzi esperaba guiñar un ojo con un poco de “retórica” contra el sindicato y “contra las viejas generaciones”, quienes realmente han puesto en dificultades la marcha de la Job Act, haciendo saltar en pedazos todo el montaje discursivo sobre “trabajadores” contra “precarios”, “protegidos” contra “no protegidos”, indicando claramente que la verdadera controntación está situdada, por el contrario, en la contraprosición entre, por un lado, la valorización de la inteligencia y de la expandida cooperación social, a través de nuevas garantías universales y de un nuevo bienestar, y, por otro lado, la mortificación de todo el trabajo a través de la precarización generalizada de la vida. Lo que la “coalición social” debe lograr entender es esta nueva dimensión cualitativa de las luchas en este periodo.

No se trata de identificar, según “mapas” sociales ya caducos, cuáles son los sujetos centrales y cuáles los periféricos, sino de comprender en qué medida son políticamente decisivos, para una construcción que no quiera ser residual o testimonial, los sujetos del trabajo vivo autónomo y precario, y en que grado son ejemplares son los experimentos de autorganización a los que estos sujetos “excéntricos” han sabido dar vida, desde la huelga social hasta la “caravana de derechos”contra las injusticias flagrantes del sistema fiscal y de pensiones, llevadas a cabo por trabajadores autónomos, y no sólo los de la “segunda generación”. Del mismo modo, está claro que el Partido de la Nación se ha dado de bruces contra la nueva densidad cualitiva de la lucha de las escuelas. Tras años de culto a la personalidad, de liderismo, de pseudo-decisionismo, aparece en la escena política un movimiento de lucha que no quiere ser gobernado, porque se siente con derecho a gobernarse a sí mismo. La protesta de los gobernados resistentes de escuela es indicativa de un legítimo deseo de no ser gobernados o de serlo lo menos posible.

Por primera vez en muchos años un movimiento de protesta social ha tenido la capacidad de poner en tela de juicio los equilibrios parlamentarios, lo que, aunque no era su propósito principal, sí es, sin embargo, un signo de su fuerza. Y este movimiento ha sido capaz de revertir la estrategia mediática de Renzi y de sus redactores publicitarios, demostrando una mejor y más penetrante capacidad de autoproducir prácticas de comunicación eficaces y performativas; esto no debe ser mi­ nusvalorado, sino tomarse como modelo. El cuadro se completa con las luchas territoriales, en las que se ha expresado con gran inteligencia la oposición a las líneas más “literalmente” extractivistas del desa­ rrollo. En la resistencia al decreto “Sblocca Italia” (t1) están demostrando una vez más la capacidad de conectar una considerable fuerza de movilización con una continua e importante producción de discurso alternativo y “programático”. Esta es la corriente, no tan subterránea, de los movimientos de los bienes comunes y del derecho a la ciudad, un “pedazo” del discurso que podría parecer secundario a quienes creen que el asociacionismo es sólo el de las grandes organizaciones “bautizadas” por las instituciones del Estado, pero que en realidad constituye un tejido de la movilización social constante y transversal que ninguna “coalición” puede darse el lujo de ignorar o relegar a la “periferia”. Si recordamos “lo que esto es” no es evidentemente por alguna mística, más o me­ nos inefable, de la inmediatez de “la cosa que es” o de la inocencia de las luchas: por el contrario, las luchas que hemos mencionado son todas ellas luchas políticamente densas, atravesadas por elementos innovadores y elementos tradicionales, por factores expansivos y frenos. Y las hemos recordado porque nos parece que ya han demostrado capacidad y eficacia política, incluso en el ámbito electoral.

Desde que empezamos a reflexionar sobre las nuevas formas de “sindicalismo social” advertimos que sin dispositivos de politización este potencial no sería capaz de desarrollar una fuerza y un poder a la altura de la actual fase de la crisis. Somos muy conscientes de la necesidad de experimentar con diferentes posibles formas de estos dispositivos, diversas formas de coalición, diversos “híbridos” sobre la línea destructurada que oponía lo social y lo político. Pero sabemos que estos experimentos sólo pueden nacer como politización concreta de los espacios de vida múltiples, a través de la subjetividad y la singularidad productiva en cuyo interior no haya jerarquías o topografías tradicionales ni distinciones entre sujetos “centrales” y sujetos “en el margen”: experimentos que pueden sonar como “contituyentes” plurales, pero capaces de construir, en conexión, ese poder político en la crisis del que nos hablan los acontecimientos griego y español.

Traduccion por Trasversales.net

(t1) Nota de Trasversales (t1): Decreto de “Misure urgenti per l’apertura dei cantieri, la realizzazione delle opere pubbliche, la digitalizzazione del Paese, la semplificazione burocratica, l’emergenza del dissesto idrogeologico e per la ripresa delle attività produttive”

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