SANDRO MEZZADRA y TONI NEGRI

Costruire potere nella crisi: así denominamos el seminario de Euronomade que se celebrará en Roma del 10 al 13 septiembre. Este es además el problema básico en torno al cual hemos intentado trabajar durante los últimos dos años. Frente a la violencia de la crisis, frente al ataque llevado a cabo contra las condiciones de vida y trabajo, particularmente en los países mediterráneos de Europa, seguimos preguntándonos cómo es posible pasar de la resistencia a la construcción efectiva de alternativas.

El poder que nos interesa construir está alimentado por la dinámica y el ritmo de las luchas sociales, pero debe fijarse al mismo tiempo en una configuración institucional estable. Muchas y muchos tenemos la impresión de que hoy se plantean preguntas que van más acá o más allá de la gran división entre “reforma y revolución” que se impuso en el movimiento obrero europeo a principios del siglo XX, siguiendo el surco del debate sobre el “revisionismo”.

El agotamiento del reformismo histórico, socialdemócrata, está ante los ojos de todos. Pero debemos tener la honestidad de reconocer que las hipótesis revolucionarias que hemos conocido también se muestran carentes de eficacia política, reducidas a una retórica grandilocuente y reconfortante o a una grotesca puesta en escena de una insurrección aún por llegar.

Tras esta doble crisis se encuentra una transformación radical del modo de producción capitalista y de la composición del trabajo. Desde hace algunas décadas hemos contribuido a analizarla, pero sin haber logrado aún forjar los instrumentos políticos necesarios para hacer eficaz, en las nuevas condiciones de la lucha de clases, nuestro persistente deseo comunista.

Partamos entonces de esto, de la búsqueda de las condiciones en las que la construcción del poder -un poder de parte, un poder de los explotados- puede actuar al mismo tiempo tanto como límite frente al mando del capital sobre la vida que como una nueva base para imaginar y practicar múltiples rupturas de este mando. Ese era nuestro propósito al hablar de la necesidad de insertar, sobre la horizontalidad de las luchas, procesos de nueva “verticalidad”, capaces tanto de dar vida a instituciones autónomas, a verdaderas y propias formas de contrapoder, como de irrumpir dentro de las instituciones públicas existentes, inclinándolas -hasta donde sea posible- hacia un proyecto de liberación.

Hemos considerado que la articulación entre estos dos momentos era el punto crucial para la formulación de una nueva teoría y para la experimentación de una nueva práctica de gobierno. Siempre hemos señalado, por otra parte, que plantear el problema del poder no podía reducirse a plantear el problema de la conquista de un “gobierno” en el sentido tradicional (ya sea un gobierno nacional o municipal). Es, ante todo, un problema de realismo político: la acumulación de poder por el capital en las últimas décadas, en particular hacia su figura financiera, no puede ser rota, ni siquiera torcida, por medio de simples palancas de “gobierno”, que además han sido muy “corrompidas” por la penetración en ellas de los criterios y de la racionalidad neoliberales.

Lo que hemos tratado de imaginar, en todo caso, es un proceso largo y contradictorio de articulación entre luchas sociales, construcción de poder y acción de gobierno: un “dispositivo” que no puede eludir desplegarse en espacios más amplios que el de cada uno de los Estados nacionales europeos, por la sencilla razón de que el mando del capital sobre nuestras vidas se organiza dentro de esos espacios y de que, por tanto, un nuevo poder de parte debe construirse y debe actuar en ese ámbito. Esta es la razón por la que hemos insistido e insistimos en que la dimensión europea es la escala mínima, aquí y ahora, para la reconstrucción de un horizonte de la liberación.

 En el espejo griego

Pero se nos pregunta si la “capitulación” de Tsipras no será la demostración más clara de que esta “dimensión europea” es ilusoria. ¿No está claro -nos dicen- que la integración europea, querida por los estadounidenses tras la Segunda Guerra Mundial como pieza esencial de su proyecto imperial y hoy enteramente bajo la hegemonía alemana, no es otra cosa que una jaula de acero neoliberal? ¿Acaso la masacre de migrantes en el Mediterráneo y las feroces escenas de Ventimiglia y Calais no muestran claramente el carácter neocolonialista y el fondo criminal de Europa? ¿No nos incitan más bien a trabajar por su disolución, rompiendo en primer lugar la unión monetaria y recuperando la soberanía nacional como base para nuevas políticas socialistas?

Entendámonos. Apoyamos firmemente la batalla de Syriza en los últimos meses. Habíamos pensado que esta batalla podría despertar una mayor solidaridad de los movimientos y una mayor flexibilidad en las instituciones europeas. La violencia con la que se ha hecho valer una relación de fuerzas abrumadora tras el referéndum nos ha sorprendido en cierto modo. Pero estamos lejos de pensar que la experiencia del gobierno Tsipras se haya cerrado ya con una derrota definitiva: entre las elecciones de enero y el referéndum del 5 de julio ha habido un poderoso proceso de politización en Europa, dejando al descubierto las profundas transformaciones que han tenido lugar en su constitución material y en sus instituciones, así como su impermeabilidad ante la expresión de una voluntad democrática que no se limite a la administración de la existente; ha puesto de relieve las nuevas jerarquías territoriales que han surgido o se han consolidado durante los años de crisis, la misma violencia directamente política de la que es expresión la moneda común.

La construcción de poder en la crisis ha chocado en Grecia con este marco, pero, sin embargo, la cuestión griega sigue abierta, en primer lugar porque no se puede cancelar las dinámicas de luchas y movilizaciones que encontraron expresión abrumadora en el éxito del OXI en el referéndum. En las próximas semanas y meses comprobaremos si el gobierno Tsipras será capaz de participar en estas dinámicas, para impulsar de nuevo su acción demostrando la inaplicabilidad del tercer memorando.

Por supuesto, quizá hubieran sido posibles otras experimentaciones y una conducción diferente de las negociaciones. ¿Pero la alternativa era realmente la salida del euro, como sostiene la mayor parte de la “izquierda” griega e internacional? No nos parece que sea así. Tras estas posiciones está una idea muy ingenua sobre la naturaleza del capitalismo contemporáneo, como si el cierre de las fronteras (es decir, el cierre de los puertos y el bloqueo del comercio con el exterior, auspiciados por muchos) pudiera proteger al territorio griego de la acción del capital financiero, resolviendo de un día para otro, en particular, el problema de la deuda.

Hay una sobreestimación del papel del gobierno y del Estado-nación, al que se le asigna la tarea de construir un socialismo cuyo modelo parece totalmente calcado de experiencias (más o menos fracasadas) del pasado siglo: un socialismo cuya base (objetivamente mísera) debería ser además la riqueza producida en un sólo país, cortando de tajo todas las dinámica de interdependencia que han hecho que en los últimos años en Grecia se trabajase para producir una riqueza europea. Al mantener la vinculación de Grecia con el euro, Tsipras ha reafirmado, al menos, esta faceta y, básicamente, nos ha recordado a todos que el euro, como toda moneda, es ciertamente mando, pero que en cuanto medida de la cooperación y de la riqueza producida también es terreno de lucha.

Es necesario seguir luchando dentro de este espacio, al que la insurgencia griega ha politizado de un modo inédito. No se trata, desde luego, de defender el euro: se trata de reiterar de forma realista la necesidad de que las luchas sociales incidan sobre el ámbito de la moneda, afirmando la fuerza (y la medida) de la cooperación social contra el mando.

Ésta es, sí, una declaración abstracta, pero el reto radica en traducirla en campañas y luchas por un nuevo bienestar, por los ingresos y los salarios. Y estas luchas y estas campañas sólo pueden tener como horizonte la dimensión europea, porque esa dimensión ha jugado un papel clave en las últimas décadas para el establecimiento de los procesos de acumulación de capital (o de expropiación de la riqueza social).

En resumen, en ese espacio está la riqueza que tenemos que tomar, por las buenas o por las malas.

En estos momentos, la “disolución de Europa” que algunos patrocinan, tal vez imaginándola como una especie de resarcimiento de los pueblos que estuvieron sometidos a la dominación colonial europea, puede producirse mucho más fácilmente hacia la “derecha” que hacia la “izquierda”. De alguna manera, de hecho, ya está en marcha a través de una serie de procesos de “renacionalización” de la política (el llamado “neosoberanismo”) que son totalmente funcionales a la reorganización del mando sobre la vida de poblaciones enteras, por medio de la imposición de violentas jerarquías que siempre tienen al racismo como su criterio último de legitimación. Estos procesos de renacionalización de la política son totalmente compatibles con la profundización de los criterios de gobernanza neoliberales, o sea, en este continente, con procesos de integración guiados por parámetros constitucionales y normas técnicas, por estándares y procesos logísticos que en última instancia reafirman el principio de inviolabilidad de los procesos de valorización y acumulación de capital a escala europea.

En lugar de imaginar territorios nacionales liberados del neoliberalismo, haremos mejor en afirmar de una vez por todas que el neoliberalismo, en sus múltiples variantes, es la forma que toma hoy el mando capitalista y que, por lo tanto, se trata, repitiendo el dicho clásico, de aprender a luchar “dentro y contra” un neoliberalismo que tiende a difundirse “por abajo” dentro de la propia cooperación social, plasmando subjetividad, formas del trabajo y conductas vitales.

¿La Unión Europea es neoliberal? ¡Claro! Precisamente por eso el movimiento debe asumirla como un horizonte dado en esta etapa, sin dejar de experimentar y de inducir luchas y rupturas singulares, tanto en el ámbito social como el institucional, que puedan acumular sus efectos hasta afectar a la institucionalidad europea en su conjunto.

Un realismo político de la multitud impone al mismo tiempo, sin ninguna fe ingenua en una supuesta “racionalidad” del capital, reconocer las contradicciones que marcan esta institucionalidad desde el propio punto de vista del orden capitalista. Al contemplar la masacre en el Mediterráneo y las imágenes de Ventimiglia y Calais, por ejemplo, no sólo debemos ver el escándalo intolerable de la necropolítica europea. Esas imágenes también nos muestran la determinación de los migrantes y refugiados, la reivindicación cada vez más explícita de una relación diferente entre Europa y el mundo (mientras la guerra continúa marcando los confines europeos), así como el estancamiento de las políticas europeas para gobernar la movilidad, la incapacidad de estas políticas para operar de acuerdo a los mismos estándares de “inclusión diferencial” que hemos identificado y criticado en los últimos años.

Al mismo tiempo, en la rigidez de las instituciones europeas ante la crisis griega debemos saber ver no sólo la fuerza irreductible -el espectro- del OXI, sino también la alusión a una especie de rigor mortis, en una situación ingestionable desde el mismo punto de vista de las élites europeas. Una Europa alemana, como la impuesta violentamente contra Grecia, parece difícil de sostener a medio plazo, tanto desde el punto de vista de los equilibrios internos de la Unión (en particular, sobre el eje franco-alemán) como desde una perspectiva institucional y monetaria (en particular en lo que se refiere a la relación entre el Bundesbank y el Banco Central Europeo) y desde el punto de vista social, porque si la profundización de la pobreza parece ser una característica estructural del capitalismo financiero contemporáneo, esta pobreza también tiene que ser gestionada y hecha productiva.

Por otro lado, con la misma ferocidad e impaciencia con la que los dirigentes europeos han respondido al reto de Syriza, también se preparan preventivamente para responder a todo lo realmente democrático que pueda ocurrir en otros países europeos: todo nos muestra la dificultad de estabilizar el marco actual dentro de las estructuras de la Unión. Hay que intervenir en el espacio europeo, sin ninguna ingenuidad, sobre este conjunto de contradicciones para construir poder en la crisis.

 De España a Italia: ¿es posible la coalición?

Por otra parte, hemos subrayado en repetidas ocasiones que el espacio europeo es profundamente heterogéneo en su constitución. Tanto en su perfil político como en su perfil constitucional, tanto en su unión económica y monetaria como en la dimensión logística, la unidad del espacio europeo -con las jerarquías que lo marcan- solamente surge de un cruce de múltiples escalas y niveles.

Dentro de este proceso, los estados nacionales siguen desempeñando un papel de gran relieve y la misma perspectiva de una “ruptura constituyente” en Europa no puede evitar asumir el ámbito nacional como uno de sus momentos clave. Las vicisitudes de Grecia, en el fondo, han demostrado tanto el potencial de este momento (desde el punto de vista de una historia política específica de lucha y de concentración de la resistencia en torno a determinadas instituciones nacionales) como sus límites (desde el punto de vista de la ausencia de un “juego de banda” que hubiese permitido que la ruptura producida en Grecia desencadenase una dinámica expansiva en Europa).

En todo caso, en los próximos meses se presentarán nuevas oportunidades “nacionales”, a partir de las elecciones previstas en países muy afectados por las políticas de austeridad, como España, Portugal e Irlanda. España, en particular, nos ha proporcionado desde mayo de 2011 extraordinarias experiencias de articulación entre la profundización de la dinámica horizontal de lucha y la organización de inéditos dispositivos organizativos, que ya han probado su capacidad para abordar con fuerza el plano institucional. La especificidad de la tradición municipalista española ha jugado sin duda un papel importante en la formación de coaliciones que han logrado grandes victorias en las elecciones locales de mayo pasado, en Barcelona, Madrid y otras ciudades. Pero lo nuevo de estas coaliciones es precisamente su capacidad de expresar y traducir los procesos políticos de politización y lucha que en los últimos años han protagonizado nuevas capas de proletariado urbano y cognitivo, trabajadores y trabajadoras de los servicios y sectores de las clases medias empobrecidas por la crisis.

Las coaliciones municipales en España nacieron de las luchas reales de estas personas, y en estas luchas se encuentra la condición fundamental de su dinamismo, su fuerza y ​​su propia capacidad para imponerse en el ámbito electoral. Estas luchas han determinado de hecho la crisis de la “constitución material”, definida en la transición a la democracia, abriendo un proceso constituyente que ahora deben encarar todas las fuerzas políticas en España.

Las posibilidades de Podemos en las próximas elecciones dependerán de su capacidad para interpretar esta situación de crisis constitucional mediante la combinación el enraizamiento en las dinámicas de lucha con la elaboración de un programa de gobierno inmediatamente abierto al ámbito europeo.

No vamos a repetir aquí una vez más que la situación italiana es muy diferente de la de Grecia y de la española. Haremos hincapié más bien en que también en la escala nacional italiana se plantea el problema de “construir poder en la crisis.” En el curso del último año, a partir del seminario de Passignano en septiembre pasado, hemos insistido en la urgente necesidad de experimentar con nuevas formas de “sindicalismo social”. Hemos intentado verificar la manera en las que los dos aspectos fundamentales de la acción sindical, la lucha y las negociaciones, se pueden combinar frente a las condiciones de socialización, extensión y multiplicación del trabajo y de la explotación, hoy ya ampliamente reconocidas.

Por un lado se trata de afirmar y exaltar la multiplicidad de figuras del trabajo, de sus luchas y sus reivindicaciones, que ya no son reconducibles a un único estatus homogéneo (como el que ha sido durante mucho tiempo el trabajo asalariado); por otro lado, se trata de inventar dispositivos de traducción y combinación de esta multiplicidad, para construir, en el ámbito social en que actúa la explotación, ese contrapoder sin el cual ninguna negociación es posible.

Nos parece que en los últimos meses una serie de experiencias y luchas se han movido en este terreno. Este es el caso, en particular, del recorrido de la “huelga social”, que se ha desarrollado sobre las dos vertientes a las que acabamos de referirnos, por un lado trabajando en la construcción de las disidencias y en la organización de los sujetos que las culturas sindicales tradicionales han considerado siempre como “no organizables”, por otro lado apuntando hacia el redescubrimiento y la recualificación de esa pasión política específica que, en la historia del movimiento obrero, ha estado vinculada a la “huelga general”.

De manera transversal a esos dos planos de acción, se han intensificado procesos de construcción de nuevas formas de solidaridad y mutualismo, a menudo felizmente entrelazadas con la conquista de espacios dentro de las ciudades, con experiencias de autogestión en el campo de la producción y, en particular, con el relanzamiento de la lucha por la vivienda y de las ocupaciones con objetivo habitacional. Creemos que este terreno intermedio de las prácticas de resistencia y de construcción de lo común es de particular importancia, frente a una crisis que, digámoslo francamente, durará aún bastante tiempo, así como frente a escenarios de “salida de la crisis” que se limitan a asumir como base los procesos de empobrecimiento y descualificación de amplios sectores sociales, determinados y profundizados por la crisis.

¿Se puede asumir este modelo como una clave para imaginar y construir nuevas y más amplias “coaliciones sociales”? Creemos que sí. Y también creemos que sólo habrá posibilidad de generalizar la lucha y comenzar a construir una nueva red de contrapoderes en el marco de una práctica de coaliciones si se lograr incorporar en la práctica del “sindicalismo social” a componentes significativos del trabajo que han sido representados históricamente, y que de algún modo aún siguen siéndolo, por el sindicalismo tradicional. Por esa razón hemos visto con interés la propuesta de “coalición social” de Landini y la Federazione Impiegati Operai Metallurgici (FIOM), una propuesta que nos pareció que va más allá del modelo clásico de división del trabajo entre sindicatos y movimientos sociales, para reabrir globalmente el problema de la definición del trabajo contemporáneo, de sus formas de lucha, organización y representación.

Depende de muchas cosas el que la coalición social se convierta realmente en los próximos meses en un dispositivo capaz de promover luchas y de actuar para su traducción organizativa, y no en un peón en la lucha por el liderazgo del sindicato CGIL o simplemente en la organización sindical de un nuevo sujeto político. Dependerá del compromiso de activistas que se han formado en los movimientos sociales, pero también de cómo actúe la FIOM.

¿No es necesario el despliegue con fuerza y determinación de una clase obrera siderometalúrgica, muy mutada respecto a su definición tradicional, al lado y dentro de un gran movimiento como el que se ha alzado contra la “buena escuela” de Renzi y Giannini? Más en general, ¿acaso el sector de servicios (desde la educación a la sanidad) no es un terreno esencial sobre el que empezar a construir de inmediato coaliciones sociales que tengan la misma fuerza de choque que en España han tenido las mareas? ¿No debería ser natural que los trabajadores y cuadros de la FIOM defendiesen las ocupaciones al lado de los movimientos por el derecho a techo? Nos parecen preguntas tan obvias como esenciales. La naturaleza de la “coalición social” dependerá en gran medida de las respuestas que se les den.

Lucha por los salarios, por los ingresos y por el bienestar: en todo caso, sobre esa base está comenzando a surgir un nuevo programa en Italia. Se trata de un programa tendencialmente mayoritario, que va más allá de los límites del programa de sindical; define de hecho un eje político en torno al cual pueden agregarse y adquirir nuevas fuerzas y nuevos significados todo un conjunto de temas esenciales en las luchas de los últimos años: desde el derecho a la movilidad de los migrantes a la defensa de los territorios, desde el derecho a la ciudad a la práctica de nuevas formas de relación y convivencia, desde la reivindicación del acceso a los saberes a la del control y cuidado del propio cuerpo.

Nos parece que trabajando en torno a este eje político podremos contribuir a la construcción de la red de contrapoderes que constituye la condición fundamental para que en Italia también se abra un proceso constituyente a la altura de los desafíos planteados por la crisis europea y de los grandes riesgos que esta crisis lleva consigo.

Estamos muy lejos de subestimar la necesidad de que esta red de contrapoderes se traduzca directamente en una fuerza política. Creemos, sin embargo, que esto no debe ser presentado -como sucede a menudo- a través de un discurso sobre la “primacía del partido”. Las prácticas de coalición a las que nos hemos referido son más bien la condición fundamental para que pueda emerger una verdadera nueva fuerza política, capaz de combinar luchas y programa, movilización social y ambición de gobierno.

Los procesos en curso de reagrupamiento de las diversas componentes de la “izquierda”, en sí mismos, no parecen capaces de ir en esta dirección, por los límites objetivos de la cultura, de la práctica y de la clase política, más allá de las buenas intenciones.

Si naciera un “nuevo sujeto”, una especie de Linke en salsa italiana, estableceremos relaciones con este sujeto y mediremos su acción a partir de las cuestiones políticas que hemos indicado. Reconocemos una cierta inercia en este proceso: la interrumpiría un fuerte debate crítico.

En todo caso, en los próximos meses nos proponemos actuar dentro del espacio de las políticas y de las aspiraciones de coalición, para producir las condiciones (las rupturas) que nos parecen necesarias para experimentar también formas de verticalización de la acción política, o sea, dicho claramente, para construir y poner en marcha una nueva fuerza política.

Traducción de Trasversales.net

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