di RAÚL PRADA ALCOREZA.

13/11/2011

Nacionalistas, izquierda nacional, izquierda colonial y lumpen-burguesía comparten el imaginario desarrollista, todos son modernistas, creen en la evolución, al estilo de Herbert Spencer, en la linealidad de la historia y en la fatalidad del capitalismo. Consideran que la tarea es el desarrollo, que un país es soberano si se desarrolla, olvidando que el “desarrollo” del que se habla está articulado a la acumulación ampliada de capital que dibuja una geopolítica en el sistema-mundo entre centros de acumulación y periferias de transferencia de recursos naturales, que el “desarrollo” del que hablaban produce “subdesarrollo”, que el mapa del mundo es un tejido de centros y una malla de periferias, un mapa de espacios de “desarrollo” y un mapa de espacios de “subdesarrollo”, ambos complementarios, produciéndose mutuamente. Olvidan que ese “desarrollo” del que hablan produce dependencia, fortalece las cadenas de la dependencia.

No se puede olvidar que los gobiernos nacionalistas de América Latina intentaron salir en el siglo pasado de la dependencia orientando la estrategia económica y las políticas económicas hacia la sustitución de las importaciones. Soñaban con la industrialización así como los liberales del siglo XIX soñaban con los ferrocarriles. Los gobiernos nacionalistas estuvieron acompañados por apoyo popular, tomaron medidas que beneficiaron a cierta redistribución de la riqueza, también optaron por las medidas de nacionalización para recuperar el control de los recursos naturales, principalmente mineros e hidrocarburíferos, por parte del Estado. Todo esto ocasionó modificaciones en los términos de intercambio en la economía-mundial capitalista, pero no afecto a la estructura de dominación, de explotación y de control por parte de los grandes consorcios, oligopolios y monopolios trasnacionales. En algunos casos las revoluciones nacionalistas promovieron actos heroicos como los que se dieron durante el gobierno del General Lázaro Cárdenas (1934-1940) en México, quién nacionalizó a las empresas petroleras que residían en México y tuvo que enfrentar el boicot de estas empresas y su influencia a nivel mundial.  También se dieron acontecimientos transformadores durante los primeros años de la Revolución Nacional de 1952-1964 en Bolivia; incluso antes, en 1937 en Bolivia se incursionó en la experiencia de la nacionalización del petróleo, con el gobierno del General David Toro, una vez culminada la conflagración bélica del Chaco; más tarde en 1969 se produjo una segunda nacionalización del petróleo bajo el gobierno del General Alfredo Ovando Candía y con la firma del ministro Marcelo Quiroga Santa Cruz. La tercera nacionalización de los hidrocarburos se produjo el 1 de mayo de 2006 durante la primera gestión del gobierno de Evo Morales Ayma. En Argentina, el primer gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1952) ahondó la política de sustitución de importaciones mediante el desarrollo de la industria liviana. Perón también financió a la agricultura, especialmente en lo que respecta a la siembra de trigo. Frente a la carencia de recursos monetarios provenientes de la exportación, ocasionada por el estancamiento del sector primario, con las que se importaban los bienes de capital e insumos necesarios para el proceso de industrialización, se eligió la ruta de la nacionalización del comercio exterior. En esta perspectiva, en 1948, el gobierno peronista adquirió los ferrocarriles a los capitales extranjeros, en su mayoría ingleses, creando la empresa pública de Ferrocarriles Argentinos. En esta tónica,  en el diseño del Plan Quinquenal se buscó fortalecer las nuevas industrias creadas, comenzando con la industria pesada de la siderurgia y la generación de energía eléctrica en San Nicolás y Jujuy.

También en Brasil se vivió la experiencia populista y nacionalista, incursionando en proyectos modernizadores y de desarrollo. Este panorama político es irradiante en América Latina, también en las geografías periféricas el sistema-mundo de entonces, que algunos casos incluso terminaban expresándose en tono antiimperialista. En Brasil, entre 1937 y 1945, durante el Estado Novo, Getúlio Vargas dio un impulso fundamental a la reestructuración del Estado y profesionalización del servicio público, creando el Departamento Administrativo del Servicio Público (DASP) y el IBGE. Suprimió los impuestos en las fronteras inter-estatales y creó el impuesto a la renta. Se orientó cada vez hacia la intervención estatal en la economía y se concentró en impulsar la industrialización. Fueron creados el Consejo Nacional del Petróleo (CNP), posteriormente llamada PETROBRÁS , y en 1951 la Compañía Siderúrgica Nacional (CSN), la Compañía Vale do Rio Doce, la Compañía Hidroeléctrica de São Francisco y la Fábrica Nacional de Motores (FNM). Promulgó, en 1941, el Código Penal y el Código Procesal. Durante 1943, Getúlio Vargas logró la Consolidación de las Leyes del Trabajo (CLT), garantizando la estabilidad del empleo después de diez años de servicio, descanso semanal, la reglamentación del trabajo de menores, de la mujer, del trabajo nocturno y fijando la jornada laboral en ocho horas de servicio.

Como se puede ver vivimos periodos de efervescencia nacionalista y populista en América Latina encaminados a la independencia económica y a la consolidación de la soberanía por la ruta de la nacionalización, las medidas sociales y las medidas del trabajo, persiguiendo también la modernización de la administración estatal y de las leyes. El nacionalismo es un movimiento democrático por la ampliación de la participación popular, es un movimiento independentista por la lucha contra la dependencia económica, busca la modernización del Estado y apunta al desarrollo nacional, impulsado desde el Estado.

Estos fueron los periodos heroicos del nacionalismo; empero,  a pesar de los grandes esfuerzos, las medidas de nacionalización, los países que incursionaron por estos horizontes no pudieron romper con la dependencia, al contrario, como formando parte de un dramatismo histórico, terminaron de ahondarla. De la dependencia de las manufacturas pasaron a la dependencia de las transferencias tecnológicas y a las incursiones masivas del capital financiero, comprendiendo sus redes de dominio en forma de mallas, abarcando circuitos dúctiles, flexibles, rápidos, articulados a los mecanismos de los sistemas de la informática. Los nacionalistas de estos periodos lucharon denodadamente contra la dependencia, pero no pudieron salir de ella, debido a que en la medida que no podían escapar a los circuitos de los ciclos del capitalismo, a las estructuras de dominación y reproducción de la dominación y de la acumulación de capital, no pudieron romper con los condicionamientos de las lógicas de la acumulación de capital del sistema-mundo, de la economía-mundo, que dibuja una geopolítica condenatoria: centro periferia, norte-sur. En el mejor de los casos, lo que pudieron hacer estas políticas de sustitución de importaciones, estas políticas de nacionalización, es modificar los términos de intercambio, pero no cambiar las estructuras de dominación mundial ni las estructuras de acumulación de capital. Entonces terminaron recreando el mismo sistema mundo, comprendiendo algunos desplazamientos.

Los neo-nacionalismo de comienzos del milenio intentan repetir la misma historia, empero sin la heroicidad de aquellos nacionalismos, lo hacen como en una comedia disminuida, sin convicción y renunciando a los grandes alcances desde un  principio, como ocurrió en Bolivia con el proceso de nacionalización de los hidrocarburos iniciados el primero de mayo del 2006, proceso inconcluso, que terminó paradójicamente desnacionalizando en el mismo proceso de desnacionalización al acordar contratos de operaciones que entregaban el control técnico a las empresas trasnacionales, reduciendo a Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) a una mera administración y a un control nominal, sin retener el gas y el petróleo en Bolivia para su industrialización, como así manda la Agenda de Octubre y el Referéndum sobre los hidrocarburos.

Hay que distinguir pues entre los actos heroicos de los nacionalismo de la mitad del siglo XX y los nacionalismo del siglo XXI, que lo único que hacen es apoderarse de la imágenes de estos procesos soberanos, invistiéndose de su ropaje, empero sin llevar a cabo las medidas de expropiación de las empresas trasnacionales. También es indispensable comprender que, a pesar de los actos heroicos de aquellos nacionalistas sus esfuerzos chocaban con la estructura geopolítica y la lógica de acumulación de capital. En tercer lugar es indispensable no olvidar la gran enseñanza de la escuela de la Teoría de la Dependencia, quienes lograron develar que el desarrollo que se busca produce subdesarrollo y dependencia, como parte de una dialéctica perversa. Esta enseñanza nos lleva a replantear los alcances de las políticas soberanas, de defensa nacionalista, en contextos y horizontes complejos de los ciclos del capitalismo, en el panorama de las nuevas luchas anticapitalistas y descolonizadoras, que llevan adelante las naciones y pueblos indígenas originarios. No se puede salir de la dependencia si es que se sigue por los caminos de la ilusión desarrollista, no se puede salir de la dependencia si es que no se sale de los horizontes de la modernidad y del prejuicio de desarrollo. Para salir de la dependencia es menester un cambio civilizatorio. La guerra anticapitalista es primordialmente una guerra anticolonial y descolonizadora, es una guerra contra el modelo civilizatorio de la energía fósil, de la desbastadora destrucción y depredadora de la naturaleza. Salir del capitalismo significa construir una civilización libre de la compulsión del dominio sobre la naturaleza.

Esa es también una enseñanza de la Escuela de Frankfurt; el capitalismo y la modernidad se han construido sobre la base de dos mitos, el mito de la dominación de la naturaleza y el mito del progreso. Recogiendo estas enseñanzas, la de la teoría de la dependencia y la de la escuela de Frankfurt, no se puede seguir ingenuamente u obsesivamente por las rutas consabidas del desarrollismo; hay que salir de esta perspectiva linealista. Es indispensable un mundo alternativo.

Ahora bien, así como no era posible el socialismo en un solo país, el cambio civilizatorio también tiene que darse mundialmente. Esto no quiere decir que haya que esperar a que las transformaciones radicales se den mundialmente, sino que estas transformaciones hay que transitarlas en cada país, en cada región, dependiendo de sus condiciones y sus contextos histórico-políticos. Lo que significa que de lo que se trata es de orientar transiciones transformadoras en múltiples niveles. Algunos teóricos e historiadores de los ciclos de capitalismo proponen la figura de la desconexión, no como aislacionismo, sino como método de transición económica; esto significa escapar de los condicionamientos del mercado externo y de la división internacional del mercado y del trabajo, orientando la producción al mercado interno. Esta posición es sugerente pues propone, sin renunciar a otras formas de industrialización, incorporando tecnologías limpias, no agresivas y destructoras, armonizar y complementar la producción con los equilibrios ecológicos. No hay que olvidar de ninguna manera, olvido que corresponde a la amnesia desarrollista, que no se puede transferir los costos del desarrollo a la naturaleza, que esta transferencia tiene sus límites y su bumerang. La destrucción desarrollista termina destruyendo el mismo desarrollo.

En lo que corresponde al balance de las rutas desarrollistas contemporáneas, sobre todo en lo que respecta a las llamadas potencias emergentes, es ilustrativo leer a Francisco de Oliveira cuando hace el análisis de lo que ocurre con la potencia emergente de Brasil1.  El autor de El neo-atraso brasileño propone dos hipótesis interpretativas; una que por un lado fueron las actividades rurales de subsistencia, el trabajo informal y la precarización de los salarios los que subsidiaron el crecimiento de la industria y los servicios. La segunda hipótesis se refiere a la emergencia de una nueva burguesía compuesta por técnicos, economistas y banqueros, núcleo duro del Partido de los Trabajadores (PT). Ambas condiciones determinan la identidad paradójica que adquiere el capitalismo periférico en esta parte del mundo, aquí el capitalismo se financia con la explotación de los trabajadores, en tanto que el progreso sucede siempre en otro lugar, allí donde se produce la ciencia y la tecnología de punta, en el centro del sistema-mundo capitalista.

Este balance es contundente, no hay desarrollo en las potencias emergentes, por lo menos entendiendo a este fenómeno de una manera integral, sino neo-atraso, repitiendo las condiciones perversas de este rezago. El desarrollo de las fuerzas productivas deja en la ruina a una parte de la humanidad, el subdesarrollo aparentemente deja de existir, no así sus calamidades, el trabajo informal, el mismo que se transforma un indicador de la desagregación social. Lo que se produce es una modernidad heterogéneas y de contrastes. Por un lado centros urbanos que imitan el iluminismo edificado de las urbes del norte, burguesías articuladas a las redes del capital financiero, por lo tanto que forman parte de la misma burguesía globalizada; por otro lado, incluso en las mismas ciudades, cordones, espacios, amplias zonas de marginamiento y economía informal, incluso ilícita. Grandes mayorías discriminadas. En las potencias emergentes se ha dado lugar a la emergencia industriales, que no es otra cosa que el desplazamiento de la desindustrialización del centro del sistema-mundo capitalista, que ha optado por tecnología de punta, transfiriendo tecnología obsoleta a las llamadas potencias emergentes. En estos lugares se ha dado lugar a la formación de  nuevas burguesías, que no tendrían que nada que envidiar a las burguesías del norte, sobré todo en lo que respecta a su opulencia; empero este esplendor se construye sobre la base del marginamiento y la informalización de las grandes mayorías explotadas y dominadas, que habitan las zonas y los espacios del neo-atraso y la pobreza repetida descomunalmente. La emergencia de las potencias se basa en la destrucción devastadora de la naturaleza, la ampliación de la frontera agrícola, el uso de los transgénicos. De esta manera los costos de este progreso son demasiado altos como para hacerlo sostenibles.

No hay pues destino con el desarrollismo, tampoco con el neo-nacionalismo.  Lo que hacen, en el mejor de los casos, en el caso de las potencias emergentes, es volver a modificar los términos de intercambio en las lógicas de acumulación del capital, modificar su participación en la estructura mundial de dominación capitalista. Por eso, podemos volver a decir, que los nacionalismo están mucho más cerca de las ilusiones liberales criollas y gamonales que de los proyectos emancipatorios y libertarios de los movimientos sociales, naciones y pueblos indígenas originarios. Están más cerca de repetir las formas coloniales, las del colonialismo interno, también las reiteradas cadenas de la dependencia, que de lograr construir las soberanías plurales que requiere un mundo alternativo de autodeterminaciones, auto-convocatorias, de participaciones sociales y ejercicios plurales de la democracia. Si bien los nacionalismos heroicos forman parte de la historia de las luchas, pretender repetirlos en los ciclos contemporáneos del capitalismo es apostar e una repetición burda y cómplice da las formas de acumulación mundial capitalista por despojamiento.

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  1. Francisco de Oliveira: El neo-atraso brasilero. Siglo XXI-CLACSO.