Una serie de conflictos sindicales marcaron el paisaje de los últimos meses: en empresas y organismos públicos, en bancos, en fábricas y en industrias. Hay una coyuntura de ajuste y represión, de negociación y pretendida normalización, que signó el ritmo del fin de año y augura que el 2017 seguirá agitado. Sin embargo, hay que notar que se trata de una conflictividad que en muchos casos se escapa de los marcos de acuerdo de las principales centrales obreras. Como una ebullición que, desde adentro y desde abajo, conmueve las bases mismas de la organización sindical y que, también, conecta con conflictividades variadas de trabajadorxs que no están agremiados de modo tradicional. Es decir, con una gran mayoría de trabajadorxs precarios, part-time, monotributistas y atadxs al llamado “contrato de obra” (modalidades que desarrollaron el sector público y privado hace años). El conflicto en el Ministerio de Educación, tras el anuncio de 3000 despidos (2600 trabajadorxs “virtuales” y 400 trabajadorxs de planta), fue lo que siguió tras las masivas asambleas en el CONICET, en respuesta a la restricción de presupuesto, lo que también se caracterizó como un recorte de 500 despidos. La secuencia no es un detalle.

El conflicto en el Ministerio de Educación y Deportes de la Nación, sobre todo, permite poner de relieve dos claves de análisis. Por un lado, el ciclo que se abre con el Primer Paro Nacional de Mujeres del 19 de octubre de 2016 (la medida de fuerza que tomó las calles mientras la CGT tomaba el té con el gobierno), lo cual evidenció una iniciativa que pone a las mujeres (asalariadas y desempleadas, beneficiarias de subsidios y cuentapropistas o amas de casa) como protagonistas. La proyección de esta fuerza se verá en el próximo Paro Internacional de Mujeres convocado para el 8 de marzo. Por otro, el modo en que los conflictos relacionados al empleo ponen en escena una transversalidad de cuestiones que van más allá del ámbito estrictamente laboral. En el caso del Ministerio de Educación, la junta interna de ATE y el cuerpo de delegadxs por primera vez se compone de una notable mayoría de mujeres, elegidas el último noviembre. Las12 conversó con una de ellas.

Esta composición de la representación gremial hace pensar que tal vez no sea casualidad que una de las pintadas que más se vieron en las paredes y en las pecheras de muchxs manifestantes esos días haya sido “La educación es una causa feminista”. Y que sus portadoras hayan sido también trabajadoras involucradas en el reclamo por la defensa de la Ley Nacional 26.150 que crea el derecho a recibir Educación Sexual Integral (ESI) desde el inicio de la escolaridad, responsables de una convocatoria nutrida y heterogénea en las puertas del edificio. También es necesario analizar la azarosa coincidencia que mientras el conflicto se transversalizaba de este modo, el mismo lunes 2 de enero cuando se reprimió en el ministerio después de haber sido vallado por la policía desde temprano, monseñor Aguer haya declarado que “El aumento de los femicidios tiene que ver con la desaparición del matrimonio” (La Nación, 3.1.2017). Como se sabe, la coyuntura siempre es una sobredeterminación de variables. Lo que no se puede es dejar de analizarla. El mismo Aguer ya había regalado un concepto memorable en una entrevista que Perfil publicara en el 2009 a propósito de la ESI con el estridente título de: “Hay un pensamiento hegemónico feminista”.

 

La voz de las mujeres

“Muchas mujeres que nos acercamos al sindicalismo de modo más reciente venimos de una trayectoria política y de experiencias sociales diversas. Eso hace que lleguemos a los espacios sindicales provistas de otras prácticas y otras sensibilidades. Son trayectorias que pueden enriquecer y también son plataformas que permiten ver formas de funcionamiento que vale la pena criticar, discutir, re-pensar. Está claro que desde cierta perspectiva, pueden también ser percibidas como una amenaza a los códigos del sindicato”, dice Alejandra Rodríguez, trabajadora estatal hace 22 años, integrante del colectivo de trabajo en cárceles YoNoFui y flamante delegada por la Lista verde y blanca de la Junta Interna de ATE-Ministerio de Educación.

Para Rodríguez, “estas experiencias ponen otra temporalidad al conflicto urgente y a las ‘prioridades’ de solución de los conflictos macro” sin hacer una división tajante ni jerárquica entre ambos planos. “Yo creo que las mujeres que entramos en este tiempo al sindicalismo incluimos una dimensión sensible de la política, que es micropolítica y afectiva, y que da fuerza a la construcción transversal. Eso es una fuerza para el propio sindicalismo, una manera de compatibilizar con otras luchas y converger con otros reclamos”, agrega Rodríguez.

La historia de militancia en el propio ministerio tiene años. Rodríguez recuerda haber montado con una compañera una mesa en su puerta para hacer la encuesta que en octubre de 2001 impulsó el FRENAPO (Frenta Nacional contra la Pobreza), en los albores de la crisis. Narra con recuerdos vívidos el armado de la agrupación La Marechal (2008-2010), la cual intentaba politizar el rol del trabajo estatal, ir contra la idea de los “cuadros técnicos” como desprovistos de funciones políticas; en ese experiencia lograron integrar hasta altos funcionarios de la cartera.

“Muchas veces, la lógica del conflicto impone una máxima que dice: ‘Si no lo capitalizo, que no exista. Nosotras apostamos a otra cosa’, dice Rodríguez, porque en ese know-how de ciertas estructuras políticas, se detectan “los mecanismos machistas y patriarcales que están más allá de las gestiones”.

 

Del 19 de Octubre al conflicto de diciembre

“Empezamos, como mujeres, a reunirnos el año pasado. Preguntas muy sencillas para conocernos: ¿qué supone para nosotras mujeres hacer sindicalismo hoy?, ¿cuáles son nuestras capacidades? Si bien no teníamos incidencia en el armado de las listas, un primer paso fue construirnos como colectivo de mujeres”. Luego armaron un dossier de lecturas y rondas de debate, algunas estuvieron en el Encuentro Nacional de Mujeres de Rosario. Participaron de las asambleas de #NiUnaMenos porque evaluaron que ahí tenían un papel y a la vez una posibilidad de nutrirse de esas discusiones. Mientras se reunieron con la responsable de género del sindicato. Muchos compañeros les dijeron que con esas actividades se estaban cerrando. “Nosotras sentimos que nos estábamos abriendo”, dice Rodríguez.

El día del paro del 19 de Octubre se vistieron de negro, salieron a la calle 70 trabajadoras (recorrieron piso por piso del ministerio invitando), agarraron los redoblantes y les avisaron a los compañeros que ellas mismas se encargaban del corte de calle y de la seguridad , frente a la advertencia masculina de que era “peligroso”.

En paralelo sucedió una escena inquietante, que muchas no olvidan. “Ese mismo día del paro viene alguien a nuestra oficina a contar cuántas somos. Al rato llega otra persona a reorganizar el espacio y dejar canastos de mudanza. No entendíamos qué pasaba. Entonces, las seis trabajadoras vestidas de negro de esa oficina nos sentamos frente al director diciendo que nadie nos había avisado de la mudanza. El jefe respondió que llamó a la oficina para avisar y nadie respondió así que procedieron. Las compañeras le dijeron que no atendían el teléfono porque estaban de paro, lo cual era de público conocimiento”. Aprovechar el día del paro para una mudanza sorpresiva no fue un gesto inocente.

“A mitad de año escrachamos al ministro Esteban Bullrich en el Simposio Internacional de Educación Inicial, auspiciado por OSDE. Éramos casi todas mujeres, sin fueros, y entramos en el auditorio con carteles que decían ‘Bullrich despide gente’.” Esa acción le despierta a Rodríguez una evaluación política: fueron activistas sindicales antes de ser electas y tener fueros. “Nosotras hicimos sindicalismo activo todo el año, antes incluso de ser elegidas delegadas. La mayoría de nuestros compañeros varones en el escrache se quedaban atrás. Hasta que las maestras de inicial nos terminaron abucheando pero igual nos quedamos, aguantando las amenazas del personal de seguridad”.

La campaña por la elección de delegadxs se cerró el 25N, con una mateada en el “playón” del ministerio, siempre ocupado por los choferes y los trabajadores de mantenimiento. “Fuimos hablando con las mujeres que pasaban. Después nos enteramos que se había dicho que en vez de dedicarnos a los padrones, nos habíamos dedicado a una actividad sólo de mujeres. Militamos la propuesta de ATE por una licencia por violencia de género. Repasamos qué tipo de violencias teníamos como mujeres en el ministerio. En plena campaña, a la vez nos sentíamos parte de la convocatoria a multiplicar las asambleas del 25N (el día internacional contra la violencia contra las mujeres) que había salido del movimiento feminista, llevando esa inquietud a nuestros espacios de trabajo”.

La elección, cuatro días después, las consagró ganadoras. Como primer conflicto les tocó afrontar el anuncio de 400 despidos de la planta del ministerio. Se comentaba en los pasillos –en el tono de rumor y especulación dramática que despierta esta modalidad de “listas” de despidos– que varias delegadas recién electas estaban incluidas.

 

El colectivo surge del conflicto

“Un conflicto pone en funcionamiento un colectivo y muestra una imagen de lo que somos”, señala Rodríguez. Ahí se ponen en tensión dinámicas muy distintas. Una muy fuerte es cierta nostalgia que se traduce en el intento de repliegue sobre prácticas que se saben poco efectivas pero son las “conocidas”. Por eso dice Rodríguez “para algunos varones dirigentes el conflicto es lo que obliga a la verticalidad, porque se juegan allí las disputas también internas de poder. Para algunas de nosotras, el conflicto es lo que permite la emergencia de un colectivo”.

En las jornadas que se sucedieron (asamblea, discusión sobre toma del edificio, clases públicas, abrazo al Palacio Pizzurno, etc.), Rodríguez analiza que uno de los puntos que intentaron impulsar fue la “no sectorialización del conflicto”. “Evaluamos que lo que había que hacer era instalar el tema socialmente, hacer campañas que nos conectaran con quienes podían asumir que la educación pública es un tema de todxs y en particular una cuestión feminista”.

Eso implicó también tironeos a la hora de cómo comunicar el conflicto: esta estrategia implicaba multiplicar las voces más allá de los “autorizados” de prensa.

Dice Rodríguez: “Creemos que luchar por la educación es también poner en discusión lo que entendemos por educación. Si no, la ‘educación’ se convierte en una palabra abstracta o simplemente un empleo. El conflicto implica una disputa por la ‘educación’ como relación entre lxs trabajadorxs, sus tareas y funciones y el modo en que eso se traduce en pensar políticamente en un conflicto concreto, y en particular la relación con el Estado como empleador”.

“Por una educación que nos enseñe a pensar y no a obedecer”, se pintó en el playón del ministerio el día del festival por la educación pública. Para las delegadas, insisten en distintos foros, esa consigna tiene que tramarse con lo que es la lucha del día a día, en todos los ámbitos, y en particular el sindical. “Chicas, por qué no se van a la peluquería, a depilar, y a ver una novela o una serie de Netflix”, les hicieron saber por whatsapp.

Un día después del abrazo al edificio (miércoles 4),  habían recibido una amenaza: tres carpetas membretadas oficiales del ministerio, con una foto donde aparecen tres de ellas en una cena de hace meses. La leyenda decía “Camporistas hijos de puta, desestabilizadores. Están muertos”. La denuncia de la amenaza ya fue elevada por el gremio a la OIT.

 

¿Qué es poner el cuerpo?

Frente a la frase “hay que poner el cuerpo”, muy presente en el lenguaje sindical y de la militancia en general, las delegadas insisten con que hay que abrir sus sentidos. Explica Rodríguez: “¿De qué cuerpo se habla cuando se dice poner el cuerpo? El cuerpo, desde muchos compañeros, es simplemente una idea física de fuerza literal. ‘Bancar’. Pero lo que vemos es que poner el cuerpo es poner en cuestión también las ideas y evidenciar las violencias sobre los cuerpos. La educación es un territorio privilegiado para pensar, hacer visible y desmantelar la violencia, el control y el poder machista, que con tanta naturalidad, opera sobre nosotras, sobre nuestros cuerpos. Pensar la educación desde el feminismo es querer, desde nuestras entrañas, construir un mundo efectivamente más igualitario, y estar dispuestxs a ensayar nuevos modos de relacionarnos, de acuerparnos, en fin, de ser y estar entre nosotrxs”.

Finalmente se lograron anular las doce resoluciones que daban de baja el programa de postítulos docentes “Nuestra Escuela” que emplea a 2600 trabajadorxs virtuales y reincorporar a 200 trabajadorxs de planta. Se sigue la lucha por la reincoeporación de lxs 200 que faltan. Mientras tanto, nada volvió a ser como antes para nadie. Rodríguez siente que tuvieron un bautismo de fuego y que toman en sus manos el desafío de construir nuevo sindicalismo, con perspectiva feminista.

 

* Publicado en PÁGINA 12 

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