SANDRO MEZZADRA.

 

Durante el congreso de la CDU realizado a mediados de diciembre Angela Merkel declaró que “ha sido un año increíble, difícil de explicar”. No se puede estar en desacuerdo con ella; en efecto, también para nosotros 2015 fue un año “increíble”.

Hemos vivido momentos emocionantes en los últimos doce meses: por ejemplo, la liberación de Kobane, las elecciones de enero de 2015 en Grecia y la victoria del OXI, del No, en el referéndum del 5 de julio. Hemos participado con entusiasmo en el “estate della migrazione” [En España más citado como “verano de la vergüenza”], conmoviéndonos ante la fuerza extraordinaria y la obstinación con las que hombres y mujeres en fuga han desafiado y pasado por encima de fronteras inútilmente fortificadas. O nos hemos alegrado cuando coaliciones heterogéneas de movimientos, asociaciones y fuerzas políticas de izquierda han ganado ciudades españolas como Barcelona y Madrid.

Pero también ha habido ocasiones en las que hemos sentido el sabor de la derrota, por ejemplo después del “acuerdo” con la troika firmado por el gobierno griego en julio. Y hubo días en que nos sentimos impotentes ante el avance del nacionalismo y el racismo, en Polonia, en Francia y en otros países europeos. Hemos chocado con una atroz violencia, con los atentados en París, con los ataques contra refugiados y migrantes en Alemania o Italia, con la continuación de la guerra en las fronteras de Europa, con los naufragios y las muertes en el Mediterráneo.

2015 fue, por tanto, un año “increíble”, profundamente contradictorio, que se presta a múltiples lecturas e interpretaciones políticas. La perspectiva que asumo en este artículo es la perspectiva europea de las luchas y de los movimientos que, por ejemplo, se ha manifestado con fuerza en las calles de Frankfurt el 18 de marzo de 2015, durante la iniciativa de Blockupy contra la inauguración de la nueva sede del Banco Central Europeo. Es una perspectiva que se ha consolidado en el transcurso de 2015, no sólo en las campañas de solidaridad con Grecia sino también en el activismo transnacional en las fronteras externas e internas de Europa y en el apoyo a la resistencia de Kobane y al proyecto confederal democrático de Rojava, en plena guerra siria.

Es una perspectiva a la vez europea e internacionalista, que considera que sólo es posible y deseable una profunda democratización de Europa si se asocia a una transformación radical de su posición en el mundo. Desde este punto de vista, la coincidencia entre la liberación de Kobane y la victoria de Syriza en Grecia en enero de 2015 representó realmente el mejor comienzo de año imaginable.

Pero volvamos a Grecia. ¿Qué estaba en juego en las elecciones de enero? Ciertamente no era la “revolución social”, sino más bien un poderoso intento de construir un camino para salir de la crisis y de la austeridad a través de la interacción, necesariamente conflictiva, entre la iniciativa de los movimientos sociales y una nueva política reformista llevada a cabo por un gobierno de izquierdas. Se trataba de reinventar el reformismo tras la conversión al neoliberalismo de la socialdemocracia europea y, al mismo tiempo, abrir nuevos espacios para los movimientos y las luchas sociales que el gobierno no podía “representar”. Este fue el gran desafío en Grecia, y en torno a él debe medirse y juzgarse la propia política de Syriza.

Sabemos que el intento griego ha sido reprimido con dureza. La Troika ha hecho de la lucha contra este experimento una lucha simbólica y ejemplar. Se ha aprovechado del aislamiento institucional del gobierno griego y ha hecho valer con violencia inusitada las relaciones de fuerza existentes en Europa. Sin duda, se podría discutir mucho sobre los errores de “nuestro” bando, de las oportunidades que se han perdido. Pero las preguntas cruciales al final de este 2015, son otras: ¿”nuestra” derrota en Grecia coincidió con la victoria de la clase dominante y del capital financiero? ¿La “solución” de la crisis griega ha llevado a la afirmación definitiva del proyecto neoliberal en Europa? No creo que se pueda dar respuestas afirmativas a estas preguntas. 2015 se ha caracterizado más bien por una multiplicidad de “crisis”, que finalmente han llevado a una crisis global de la Unión Europea.

La trama y concatenación de la crisis griega y de lo que se ha denominado “crisis de las migraciones” han mostrado inmediatamente que la imposición violenta de la disciplina financiera y monetaria es insuficiente para crear las condiciones políticas para el gobierno del espacio europeo como espacio unificado, aunque sólo sea desde el punto de vista de la valorización y la acumulación de capital. El espectáculo de los muros y fronteras fortificadas dentro del espacio Schengen es una imagen ejemplar de un proceso más general de fragmentación de la geografía del proyecto de integración europea y, en última instancia, de su profunda crisis.

Mientras que los acontecimientos de los últimos años han acentuado y dramatizado la división entre el Norte y el Sur del continente, en torno a la “crisis de la migración” se han manifestado violentamente nuevas tensiones y divisiones en torno al eje Este/Oeste. El crecimiento de viejas y nuevas fuerzas de derecha, más o menos explícitamente racistas y fascistas, es a la vez efecto y acelerador de la crisis del proceso de integración europea.

Al mismo tiempo, es bastante claro que el fin de la austeridad sigue siendo un espejismo, que la crisis financiera no deja de circular por Europa. No sólo está en cuestión la depresión sustancial en la que siguen las economías de países del sur como Grecia, Italia o España. Si miramos hacia el norte, la situación no parece necesariamente mejor. Finlandia, cuyo gobierno ha sido uno de los críticos más inflexibles de Grecia en la primera mitad de 2015, se enfrenta ahora a una profunda crisis de la deuda pública. Y la “solución” es siempre la misma: recortes en los gastos sociales y programas de austeridad que provocan una oposición social creciente en el país.

Finlandia es en sí mismo un país importante en los confines norte y este de la Unión Europea. Pero, simultáneamente, la crisis de Finlandia también se puede leer como síntoma de lo que he llamado la circulación persistente de la crisis financiera en Europa. Incluso en países como Alemania, donde no se habla de crisis, la tasa de inversión es extraordinariamente baja y el “crecimiento” está estancado. El panorama social se ha transformado radicalmente, como en cualquier lugar de Europa, con un espectacular aumento de la desigualdad y de la polarización en la distribución de la riqueza, así como con una profundización de los procesos de precarización.

El propio tejido de la “ciudadanía europea” padece crecientes infiltraciones de elementos de violencia, de lógicas de guerra. Ciertamente, todo esto no explica los ataques de París, pero define el marco general en el que han tenido lugar y contribuye, al menos, a contextualizar la fuerza de atracción del islamismo radical dentro de la propia Europa.

Hay que añadir la incapacidad absoluta de la Unión Europea y sus Estados miembros a desarrollar y afirmar una política de paz y estabilización en las zonas de crisis y de guerra en sus propias frontera, incluso aunque esta política fuese entendida simple y exclusivamente en favor de intereses de las clases dominantes. Y eso pese a que la participación europea en las guerras, desde Ucrania al “Gran Oriente Medio”, se está haciendo cada día más profunda, bajo el signo de una integración atlántica en la OTAN -en una posición subordinada- que tiende a aparecer como inevitable bajo la amenaza (el chantaje) del Brexit, esto es, de que el Reino Unido abandone la UE.

La incapacidad de los socialistas franceses para reaccionar ante los ataques de noviembre de una manera diferente al anuncio, proclamación y anclaje constitucional del estado de emergencia alude a una situación en la que la guerra va a “sobredeterminar” la crisis, asegurando su reproducción: una situación ideal para la vieja y nueva derecha. En este sentido, tanto más importante y ejemplar se hace para nosotros, desde una perspectiva europea, un experimento democrático como el de Kobane y Rojava, fuente de inspiración para la misma resistencia ante las políticas autoritarias, el militarismo y el nacionalismo de Erdogan en Turquía.

A finales de 2015 encontramos Europa ante una situación marcada por una profunda inestabilidad de las relaciones de fuerza y por la crisis del proyecto neoliberal. Esta inestabilidad y esta crisis acarrean una serie de riesgos y amenazas: desde el crecimiento del nacionalismo y del racismo en muchas partes del continente hasta la fragmentación y división de la Unión Europea frente a los procesos de renacionalización que dejan intacto el núcleo neoliberal de las políticas económicas y sociales. La inestabilidad y la crisis, sin embargo, también muestran que la situación está abierta, que las experiencias, las luchas, las conexiones acumuladas en este año extraordinario pueden ser la base para un nuevo ciclo político de lucha y organización que podría desafiar y derrotar al ” extremismo de centro “que se ha manifestado en Europa bajo las formas del “partido de la nación” de Renzi en Italia, la alineación en posiciones bélicas y autoritarias de Hollande en Francia o la” gran coalición “en el modelo alemán.

Las elecciones españolas del 20 de diciembre tienen precisamente este significado. El mismo reto lanzado con la victoria de Syriza en enero ha vuelto a plantearse con fuerza a finales de 2015 en un país como España, que tiene un peso mucho mayor en Europa que Grecia y que se presenta como un “modelo” para la eficacia de las políticas de austeridad. Que quede claro: el éxito de Podemos no es una “victoria” y, sobre todo, no constituye, a su vez, un modelo, una “solución” a los problemas de la izquierda en Europa. Demuestra, sin embargo, que siempre es posible una respuesta radicalmente democrática a la crisis y que la reivindicación de “democracia real”, de derechos sociales y de redistribución de la riqueza sigue viva en Europa.

La ingobernabilidad sustancial de España, en una situación caracterizada por una presencia activa e insistente de los movimientos y luchas sociales, pero también por las experiencias extraordinarias en el ámbito del gobierno municipal, debe ser interpretada y politizada como una contradicción europea, como un síntoma de que a lo largo y ancho de Europa hay espacio para una nueva política orientada a la transformación radical de lo existente en nombre de la libertad y la igualdad. Ocupar estos espacios, a escala urbana, nacional y europea, mediante la construcción de coaliciones sociales y políticas, con una nueva imaginación constituyente y con un programa eficaz es nuestro reto para el año 2016 y para los próximos años.

Traducción de Trasversales

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