EMMANUEL RODRIGUEZ.

Riprendiamo da ctxt contexto y acción un intervento di Emmanuel Rodguez sul referendum catalano.

Cuentan que Junqueras, tras conocer las detenciones de su gente, pasó tres días entre lágrimas y sollozos. Cuentan también que Junqueras es persona de afectos vibrantes, propenso tanto a la euforia como a reconocerse en el abismo de una existencia para la que rara vez encontramos sentido. Quién podrá reprochar a Junqueras algo de desequilibrio en días tan desequilibrados. Al fin y al cabo, las lágrimas de Junqueras son seguramente el dato político más relevante de los últimos diez días.

Se acabó el baile. Lo que hasta hace poco se podía contemplar como una maravillosa polka de ritmo trepidante —un juego que, como en la capoeira, enfrentaba ritualizadamente a dos bailarines— hoy es enfrentamiento abierto. Por eso, antes de nada, la primera pregunta que uno tiene que hacerse es por qué lo que empezó como un conflicto relativo a la identidad y las competencias se convierte en otro de detenciones, cargas policiales y enchironamientos.

“Debilidad” es la palabra y la llave. Debilidad de aquellos que impulsaron el procés. En primer lugar los exconvergentes, en caída libre desde hace años, azotados por la sobrevenida desnudez del santurrón de su fundador, mostrado al público como un archimillonario andorrano. Los exconvergentes se ataron a un palo que no era el suyo (el soberanismo) con tal de encontrar algo para seguir flotando. Debilidad de Esquerra, partido complejo, pero que nunca pensó en gobernar y que aún hoy en día lo más probable es que acabe engullido, de una u otra forma, por su hermano mayor, siempre con más sentido de empresa. Entre los soberanistas, a los que no se les puede acusar de debilidad es a los miembros de la CUP, que desde el comienzo vieron en el procés la oportunidad para llevar el sistema de partidos catalán hasta el límite de sus incongruencias. Por una extraña alineación gravitatoria, todo ha salido de acuerdo a su propio guión. Han sido los únicos en no equivocarse en sus predicciones: no habrá pacto entre élites, los exconvergentes amagarán con desobedecer aunque no quieran y el Estado reprimirá.  Como se ve en su spot, hoy celebran su pericia como futurólogos a ritmo de “mambo”. Lo cual no quiere decir que en sus cálculos estratégicos vayan más allá del conflicto que hoy conocemos y, sobre todo, que a la postre ellos mismos no salgan escaldados.

Debilidad también del partido Beta español (el Alfa para quien no lo sepa es siempre el PSOE). Los populares, a su vez desnudos por sus múltiples chanchullos, llevan media década desangrándose entre escándalos de corrupción y su propia guerra interna. Sólo así se explica que el PP haya decidido arrollar en una pelea que tenía ganada. Tras las jornadas del Parlament del 6-7 de septiembre, cuando JpS y CUP aprobaron las leyes que permitían el referéndum, sin más discusión ni apoyos parlamentarios, el PP simplemente tenía que haber dejado las cosas estar; y el referéndum hubiera acabado en algo parecido a lo que fue el 9N. Pero no. Hoy el Estado sobreactúa, detiene, empura, envía a miles de policías, de guardias civiles, alimenta el guerracivilismo con declaraciones calculadamente incendiarias. Es un espectáculo para los suyos, para los siete millones de votantes que aún les quedan. Nada más. Pero con la particularidad de que como toda representación a tiempo real y con actores reales, algo puede salir mal. O incluso muy mal.

Debilidad también de todos los terceros actores, que no han sabido generar una posición propia en cinco años de processisme, que no han sido siquiera capaces de generar un análisis mínimamente complejo de lo que propiamente no es más que la variante catalano-espanyola de la descomposición social y política de Occidente (dicho con una fórmula  muy de principios del siglo XX). Así, la asamblea de cargos públicos del pasado domingo en Zaragoza. Inspirada en la asamblea de parlamentarios de Madrid y Barcelona de 1917, la de 2017 ha pasado sin pena ni gloria. Reducida a lo meramente expresivo, ha olvidado que la eficacia progresiva de 1917 estuvo en la huelga general del mismo año, no en la acción de los parlamentarios.

 Debilidad en última instancia de la sociedad, y en todas las direcciones que se quiera. Desde una sociedad española que desconoce sencillamente lo que en Catalunya ocurre, y viceversa. Hasta un malestar que no ha encontrado más forma de expresión que la nacional. Valga decir que una de las cosas que más sorprende del independentismo catalán es la insondable vacuidad de sus contenidos: sean sociales, económicos o incluso culturales. Apenas un proyecto resumido en una idea, “independencia”, sobre la que se concitan esperanzas diversas cuando no antagónicas: la solución a casi cuarenta años de desindustrialización especialmente vividos en la Cataluña interior; la propia precariedad social implícita en un modelo económico en el que sólo el turismo y el sector inmobiliario muestran algo de dinamismo; la particular crisis de las clases medias catalanas, que se refleja en jóvenes formados sin posición ni expectativa de tenerla; la propia degeneración del régimen político en su versión catalana (lo que podríamos llamar el carácter patrimonial que CiU-PSC mantenían sobre las instituciones de autogobierno).

Sobre estos mimbres y como en forma de titulares, se puede hacer un pronóstico:

1. El Estado ganará y lo hará de pleno. El PP lo sabe y asume los costes. Apenas hemos conocido un puñado de herramientas legales y su rápido efecto disuasorio, manifiesto en las sucesivas retiradas del frente desobediente. Los costes, de hecho, son calculables: mayor ilegitimidad del Estado en Cat, detenidos, penas de cárcel, conatos de huelga, heridos, incluso (por qué no) algún muerto. Pero el punto es que Cataluña puede arder durante meses e incluso años, pero si eso no lamina su posición en el resto de España, los costes serán asumibles. Quien crea que pueda vencer al Estado, sólo con una insurrección catalana, que vaya preparando sus armas, y pensando en asumir unos cuantos miles de muertos. Nada hace pensar que sociedades como las nuestras están siquiera cerca de poder pensar tales retos. Afortunadamente.

2. Los terceros actores difícilmente salvarán una situación que no han sabido afrontar antes.  Recordemos, para el caso, la vacilante actitud del Podemos catalán, que nació de la mano de un xulo madrileny pero que no supo aprovechar “su momento Lerroux”. Nadie o muy pocos estaban dispuestos a organizar a ese conjunto de abandonados por la sociedad civil y política catalana (y también española), a ayudarles a articular una mínima expresión política autónoma. Y hoy Podem es el mismo poti-poti de familias enfrentadas y vacío político. También hay que analizar la posición de Els Comuns, que siempre guiados, como un misil ante el calor, por el oportunismo electoral, han seguido atados a un discurso ambiguo que tiene su origen en su doble clientela: las clases medias progres de Barcelona, de raíz política catalanista, y los desarrapados movilizados por Podemos. Impotentes en un marco fabricado para aniquilarlos, hoy En Comú, proclama por boca de alguno de sus líderes el un sol poble, con el que, desde el PSUC, la izquierda catalana trata de resolver su propia impotencia frente al nacionalismo catalán conservador, cuando este se valida ante el nacionalismo agresivo español.

3. Europa no hará nada. Como los negocios (los verdaderos negocios) toman el puzle español como lo que es, un teatro, un entretenimiento provinciano sin mucha relevancia a escala continental. Al fin y al cabo, para Europa todo conflicto que quede contenido en sus dimensiones “nacionales”, esto es, que no escale a nivel europeo, es parte funcional de su particular modo de gobernabilidad.  Todo quedará en un par de llamadas de atención a Rajoy. Otro par de artículos en la prensa liberal sobre el sempiterno autoritarismo del Estado español. Y poco más.

Dicho esto les propongo dos finales:

El primero es descriptivo. Se acuerdan de aquello que pasaba en el extremo norte peninsular y que dominó la política española durante 30 años. Pues bien, sustituyan vascos por catalanes, y no entren de momento en más matices (aunque sin duda hay muchos). Bienvenidos al desierto de lo real.

El segundo es propositivo, casi un brindis al sol. En los Estados modernos, la democracia es un degradado de otra cosa que no conocemos: una sociedad autorregulada por deliberación directa, y por tanto sin Estado. Lo que llamamos democracia es en realidad el Estado liberal. Y este se reduce a poco más que la “circulación reglada de las élites” (esto es, elecciones) y la garantía de una serie de “ámbitos al margen del Estado” (las llamadas libertades). El 15M logró recordar el sentido genuino de la palabra democracia. Impugnó la Constitución del 78, el sistema de partidos, la democracia reducida a elecciones y otra serie de elementos que hoy hacen pivotar de nuevo el discurso público. A propósito de Cataluña, convendría tener siempre presente esta intuición política. Puede que sea lo que a medio plazo logre salvar la situación más allá de la reedición agónica de las viejas élites políticas, ahora restauradas en clave de enfrentamiento territorial. Y puede que esa posibilidad esté también contenida en la debilidad de todos los actores en juego.

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